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4:13 p.m. - 2004-07-14
Pablo de Tarso
San Pablo, Ap�stol

Ap�stol de Jesucristo y principal propagador del Cristianismo, que tuvo una participaci�n decisiva en la expansi�n de la Iglesia, desde el momento de su conversi�n. - Fiesta: 29 de junio.

Saulo, el futuro San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, hacia el a�o 8 de la Era Cristiana, pertenec�a a una familia jud�a de la di�spora o dispersi�n y, como tal, estaba s�lidamente formado en la Ley judaica. Pronto pas� Saulo a Jerusal�n, a completar su educaci�n rab�nica, y su maestro fue el m�s autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianz� r�pidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su car�cter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en leg�tima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales.

En las sinagogas de Cilicia debi� de conocer la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicaci�n de San Esteban, y su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de ello, convencido de que defend�a la causa de Dios.

"Yo persegu� de muerte -nos dice �l mismo- a los seguidores de esta nueva doctrina, aprisionando y metiendo en la c�rcel a hombres y mujeres".

Y cuando estall� el mot�n que cost� la vida a San Esteban, Pablo evidentemente tom� parte activa en �l, ya que los verdugos dejan las vestiduras ante sus ojos: "Y depositaron las vestiduras delante de un mancebo llamado Saulo", leemos en los "Hechos de los Ap�stoles".

Por aquel tiempo se hab�a ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, que contaba por entonces unos veintis�is a�os de edad. Con su af�n de exterminio pidi� al pr�ncipe de los sacerdotes unas cartas de presentaci�n para Damasco, a fin de apresar a los adeptos de la nueva fe. Mas todo hab�a de suceder de muy distinta manera...

Obtenidas las cartas, Pablo y sus compa�eros se acercaban va a Damasco, cuando de pronto una luz del cielo les envolvi� en su resplandor. Pablo vio entonces a Jes�s. A su vista cay� en tierra y ov� una voz que le dec�a: "Saulo, Saulo, �por qu� me persigues?".

Atemorizado y sin reconocerlo, Pablo pregunt�: "�Qui�n eres T�, Se�or?".

Y el Se�or le dijo: "Yo soy Jes�s, a quien t� persigues; dura cosa es para ti el dar coces contra el aguij�n".

Saulo, entonces, temblando, teniendo ante s� la sangre de Esteban y todas sus persecuciones, otra vez pregunt�: "Se�or, �qu� quieres que haga?".

Y respondi�le Jes�s: "Lev�ntate y entra en la ciudad, donde se te dir� lo que debes hacer".

Los compa�eros de Pablo estaban asombrados. O�an, pero sin ver a nadie; y como al levantarse Pablo estaba ciego, le cogieron de la mano y le condujeron a la ciudad, donde permaneci� tres d�as atacado por la ceguera y sin comer ni beber nada.

Recobrada milagrosamente la vista, se retir� a la Arabia por un tiempo, y all�, antes de volver a Damasco, permaneci� entregado a la oraci�n y en trato �ntimo con el Se�or. Regres� luego a la ciudad, entrando de lleno en su funci�n de ap�stol y en su gran labor evangelizadora.

Cuando empez� a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jes�s, y a proclamar que Jesucristo es el verdadero Dios y el Mes�as prometido, los jud�os de Damasco decidieron perderle y lograron del etnarca del rey Aretas que pusiese guardias a las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar, mientras le persegu�an dentro. "En vista de lo cual, los disc�pulos, tom�ndole una noche, le descolgaron por un muro, metido en un ser�n". (Libro de los "Hechos".)

Desde entonces su vida apost�lica es una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.

Pablo trabaj� con ah�nco, primero como subordinado, junto a los dem�s propagadores. Pronto sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energ�a y f�rrea voluntad; su gran capacidad, en fin, para el apostolado y su extenso conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, as� como su habilidad para comunicar a otros su pensamiento, le destacar�n entre todos. A esto hay que a�adir el impulso interior que empujaba a aquel car�cter ardiente a entregarse totalmente a la conversi�n, no s�lo de los jud�os, sino de todos los pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra.

Viaj� sin descanso de una parte a otra del mundo romano, solo o acompa�ado, sembrando por doquier la fecunda semilla de la fe en Cristo Jes�s.

El celo y la actividad apost�lica de San Pablo no disminuyeron con los a�os. Unos veinticinco duraron sus asombrosas y eficaces campa�as. Y jam�s cediendo al cansancio, siempre con renovadas energ�as.

Despu�s de un quinquenio preliminar en las cercan�as de Jerusal�n y Damasco, se lanza a trav�s de Asia, por sendas desconocidas, juntamente con su amigo San Bernab�, organizando iglesias, luchando con jud�os y gentiles...

Pocos a�os m�s tarde, visitar� esas iglesias, en la que se llama su segunda misi�n o segundo gran viaje, entre el a�o 52 y el 55 de la Era Cristiana. En el decurso del mismo, su figura va agrand�ndose muy visiblemente, su empresa se hace cada d�a m�s vasta.

Con dos o tres compa�eros, o una peque�a escolta, y otras veces solo, se interna Pablo muy adentro del inmenso imperio de los �dolos, sin dejar de tomar contacto con colonias hebreas fan�ticas y rencorosas.

Predica en las plazas, en los anfiteatros, en las sinagogas, y mientras unos se hacen disc�pulos suyos, otros se amotinan, le maldicen y le apedrean. La persecuci�n acrece su vigor, la contradicci�n exalta su fe en la victoria.

Completada la evangelizaci�n de la Galacia, sigue hacia Occidente y llega a Tr�ada. All� la voz del Esp�ritu Santo le habla por medio de un macedonio que se le aparece en sue�os y le dice: "Ven a mi pa�s".

A los pocos d�as embarcaba para Filipos, el primer suelo europeo que enrojece con su sangre. En efecto, irritados ciertos elementos por el �xito de su predicaci�n -la poblaci�n estaba formada en parte por una colonia de veteranos romanos-, se lanzaron un d�a sobre �l y le arrastraron ante el tribunal de la ciudad, diciendo: "Este jud�o alborota al pueblo y propaga costumbres que no podemos aceptar los romanos".

Pablo y sus compa�eros sufrieron el tormento de la flagelaci�n y fueron arrojados a un oscuro calabozo.

El carcelero les oy� cantar, vio una luz que inundaba la prisi�n, sinti� el ruido de las cadenas que ca�an rotas. Compasivo, trajo comida a sus presos. Crey�. Luego fue bautizado... Y al d�a siguiente les transmiti� una orden de sus jefes: "Salid y marchad en paz".

Predica Pablo en Tesal�nica, capital de la regi�n, centro de confluencia de ideas religiosas y de tr�fico mercantil. Logra conversiones importantes y deja establecida una comunidad, que pronto ser� iglesia floreciente. Como siempre, los judaizantes soliviantan al pueblo contra �l, atentan contra su vida, y se ve obligado a fugarse.

�A d�nde ir�? Los "Hechos de los Ap�stoles" dicen enigm�ticamente: "Los que le guiaban le llevaron hasta Atenas". En realidad, sus gu�as no fueron nunca otros que los impulsos del divino Esp�ritu. Empresa atrevida la visita de Atenas, centro del saber y el arte de la �poca...

Su breve y famosa estancia, son episodios asaz conocidos se le permiti� que disertase en el foro y en el Are�pago o senado de los sabios. El discurso memorable que a �stos dirigi� nos ha sido conservado por San Lucas, en los "Hechos".

Tomando pie de la idea del "Dios desconocido" al que hab�a visto dedicada una ara votiva, el Ap�stol les habla del Dios �nico, que ha creado todas las cosas, que nos ha redimido y que un d�a resucitar� nuestra carne.

Al hablar de la resurrecci�n de los muertos, fue interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas.

Muchos oyentes abandonaron el local; otros se acercaron al orador para decirle: "Basta por hoy; otro d�a nos hablar�s de estas cosas". Pero algunos creyeron, entre ellos el que ser� en el Santoral cristiano "Dionisio el Areopagita".

Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos adeptos conseguidos, pero con la inquebrantable esperanza de que la siembra esparcida hab�a de fructificar en el futuro, encamin�se a Corinto, donde residir�a m�s de un a�o y medio. Mucho hab�a que trabajar en la gran ciudad del estrecho, sensual, inquieta, cosmopolita. Sin embargo, confiaba el Ap�stol en que su frivolidad ofrecer�a menos resistencia a la levadura evang�lica que el orgullo de los que presum�an de eruditos. Y no se equivoc�. Busc� el medio de ganarse el pan con el ejercicio de su oficio de constructor de tiendas. Un fabricante le tom� enseguida a su servicio. Y pronto tambi�n, altern�ndolo con el trabajo material, pudo desplegar su trabajo apost�lico. Dialogaba con muchos, persuad�a a no pocos.

Cada s�bado disputaba en la sinagoga. Durante dieciocho meses no ces� de predicar, de discutir, de bautizar... Y hab�a reunido ya una iglesia numerosa, cuando, como de costumbre, manifest�se y estall� el odio de los jud�os que, no atrevi�ndose a darle muerte, le llevaron a los tribunales como innovador. El proc�nsul Gali�n no quiso discutir sobre asuntos de doctrinas y arroj� de su presencia a los acusadores y al acusado.

Regresa entonces Pablo a Jerusal�n. Ten�a ansias de visitar las iglesias de Palestina, donde los judaizantes hab�an intrigado, sin descanso, durante tos tres a�os de ese su segundo viaje.

Su misi�n tercera se desarrolla entre los a�os 55 y 59. El cuartel central de su campa�a es, durante m�s de dos a�os, la ciudad de �feso, la gran metr�poli del Asia Menor, nudo de todas las comunicaciones orientales y occidentales, punto estrat�gico de primer orden para arrojar la semilla del Evangelio. "Una puerta grande se abre ante m�", hab�a dicho �l mismo. Empieza predicando en la sinagoga. Pero a los tres meses rompe con los jud�os. Entonces alquila por dos horas diarias el liceo de un profesor de Filosof�a, y all� instruye a sus oyentes predilectos.

Su apostolado se va desplegando, en p�blico y de casa en casa, convenciendo a los paganos, animando a los fieles, exhortando a los jud�os...

Estalla tambi�n all�, por fin, la algarada hebraico-gent�lica contra el Ap�stol. La promueven los profesionales de la magia, que tienen gran clientela en la ciudad; los orfebres, que dejaron de vender muchos objetos religiosos, sobre todo im�genes de la diosa Artemisa, patrona de la poblaci�n; los d�scolos, a los cuales ofende la predicaci�n moralizante del en�rgico forastero...

Pablo se escapa del tumulto como puede, ayudado de algunos fieles fervorosos. Ha dejado en �feso una importante comunidad, que posteriormente ser� dirigida por el Ap�stol San Juan.

En el transcurso de los dos a�os siguientes, encontramos a San Pablo en Macedonia, en Grecia, especialmente en Corinto, donde permanece unos tres meses, y en Jerusal�n, a donde regres� con motivo de las fiestas de Pentecost�s del a�o 58. All� los jud�os del Asia Menor, que hab�an acudido a dichas fiestas, se amotinaron contra �l, acus�ndole de predicar contra la Ley y contra el Templo.

Gracias al t�tulo de ciudadano romano, cuyos privilegios hizo valer, se libr� de ser azotado; luego, despu�s de dos a�os de estar preso en Cesarea, logr� terminar su encarcelamiento apelando al C�sar.

Fue trasladado a Roma. En la traves�a naufrag� la embarcaci�n que le llevaba. No lleg� a la capital del imperio hasta principios del a�o 61. Su proceso dur� otros dos a�os. Durante este tiempo pudo morar en una casa alquilada, recibir muchas visitas, y entregarse por completo al ministerio de la palabra, convirtiendo a muchos gentiles. Por fin se pronunci� sentencia absolutoria en la causa que se le segu�a.

Entonces Pablo se aleja de Roma y es tradici�n -robustecida por sus propios escritos en que consigna sus planes de apostolado- que vino a Espa�a, donde permaneci� una temporada.

Vuelve despu�s a sufrir cautiverio en Roma, a fines del a�o 66, en plena persecuci�n de Ner�n. Se le encierra entonces en una prisi�n terrible, en la que se le conden� a una absoluta inactividad e incomunicaci�n. Debi� padecer much�simo al encontrarse paralizado. Supo, no obstante, doblegarse a la voluntad del Se�or, que le ten�a destinado, como a Pedro, el Pr�ncipe de los Ap�stoles, a una muerte pr�xima.

Seg�n la tradici�n m�s admitida, los dos fueron inmolados el mismo d�a, en el a�o 67; Pedro, crucificado cabeza abajo en la colina del Vaticano; Pablo, decapitado en la V�a Ostiense, en la llanura que la separa del T�ber.

La vida y la obra de San Pablo se nos presentan con un relieve tan prodigioso, que nadie podr� contemplarlas nunca en toda su espl�ndida complejidad. "El mundo no ver� jam�s otro hombre como Pablo" dijo San Juan Cris�stomo, el m�s ilustre de sus admiradores.

La palabra y el adem�n de Pablo, su vigor y fulgor m�sticos, subyugaban de una manera fulminante. Y fue incomparable la clara sutileza de su inteligencia.

Dial�ctico formidable, no disputa por puro placer, sino para lanzar las almas a Dios. Ah� est� su sublime originalidad. "Discurre de una manera violenta, r�pida, intuitiva -ha dicho muy justamente un autor-; dramatiza sus argumentos, los deja sin completar, arrastrado por el torbellino de las ideas, y lo mismo sus premisas que sus conclusiones se nos presentan tumultuosamente y de improviso".

Todo ello comprobaremos si nos afectamos a la lectura de sus "Ep�stolas": cartas dirigidas a diversas iglesias y personalidades, en las cuales deja resueltos numerosos problemas y condensa toda la moral cristiana; en las cuales expone una teolog�a cuya inmensidad no ha podido abarcar todav�a ning�n comentarista, una teolog�a siempre precisa y nunca vacilante, "que nos lleva -como se ha dicho magn�ficamente- de misterio en misterio, de claridad en claridad, como reflejando en un espejo la gloria del Se�or".

Fuente: Biblioteca Electr�nica Cristiana

 

 

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