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11:44 a.m. - 2004-03-15 Una cabellera rosada de no m�s de 25 a�os, con un diamante (o eso parec�a) incrustado en el costado izquierdo de su nariz con ojos casta�os y cutis alba me dijo sin hablarme su melancol�a. Y pens� en sus momentos de social intimidad o en su presente cautiverio humano. Veo rostros por las calles. He visto muchos. Algunos pasan desapercibidos en su silencio. Otros sobresalen, aclaman resolver un misterio no solicitado. Rostros que mutan dependiendo del espacio/tiempo, circunstacia. Rostros que alternan actos entre un personaje y otro, caras y gestos inducidos o espont�neos. He visto m�viles discursos contra el pasivo viento. Son los que m�s me sorpreden. Los m�s aut�nticos y originales. Pero si afirmo esto despreciar�a a los dem�s rostros que tambi�n son aut�nticos en la urbe, cuando caminan solitarios. Gente que r�e sola, personas con la mirada al cielo, sujetos que elevan la indiferencia al suelo. Los aut�nticos rostros que muchas veces s�lo comulgan en la polis (lugar creado en la antiguedad para convivir entre ciudadanos) que reh�san ser mostrados en la otra intimidad. Rostros que imaginan o sue�an, que no digieren la realidad. Rostros aut�nticos que aprendieron a alterarse en m�scaras despreciables. Rostros, bellos rostros, l�cidos rostros, tristes rostros, rostros varios, m�scaras alegres, m�scaras ingenuas, caretas, antifaces, velos, disfraces, nada. Pero ella no lo necesitaba. Su rostro hablaba y dec�a, ahora lejanas, se�ales aut�nticas que me motivan a escribir. Y no s� si mis ojos tendr�n gafas parap�ticas o mi voluntad flutc�e, entre la verdad, entre la nada. ![]()
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