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1:02 p.m. - 2004-11-01 A las afueras del Cineforo, ubicado en la calle Escorza y Av. Ju�rez, la puerta de este establecimiento estaba cerrada. Llegu� tarde a la cita y como castigo de los dioses cinematogr�ficos que repudian y no perdonan la impuntualidad ante el acto dram�tico audiovisual (porque a�n cinco minutos de atraso, son toda una ficci�n perdida, malinterpretada). Escuch� ruidos no extra�os donde normalmente s�lo escucho chirridos y r�fagas de viento provocadas por autom�viles. Lo extra�o era que esos ruidos no extra�os estaban ubicados en plena calle. Camin� hacia Av. Ju�rez... Minutos despu�s, caminaba hacia la Minerva, rodeado de ni�os y padres sonrientes, amigos, solitarios, se�oras y se�ores, como si fuera una peregrinaci�n c�clica pero sin ning�n Santo de por medio. Y las sombras de los �rboles nos cobijaban. Media hora despu�s me encontraba en Centro Magno, porque mis ganas de ver una pel�cula no hab�an desaparecido. La finestra di fronte fue mi selecci�n. Me encontr� con Carlos Torrico, que fue el primer encargado de la Videoteca Jes�s G�mez Fregoso, �l vi� tambi�n esa pel�cula. En el transcurso de regreso a mi casa, record� la invitaci�n de mis compa�eros de la facultad a la unidad deportiva L�pez Mateos. Baj� instintivamente en la estaci�n del tren de Atemajac. Ah� compr� un par de "refrigerios" (un yogurt y un pan disque de manzana) en lo que llaman un Seven Eleven, o de c�mo sustituir a las tiendas de la esquina. Horas m�s tarde estaba en mi casa, cansado y pensando en lo que fue y hab�a sido de ese d�a, ayer. Caminando a las afueras del cine de Centro Magno, hacia la Minerva, la gente en sus desenpolvadas bicicletas, patines, patinetas, etc., hab�a desaparecido, de nuevo, aunque pocos como Domingos, los carros rondaban por aquella calle, sin m�s gente en las aceras que yo y mi persona sobre ellas. Sin embargo, otros seres con vida, seguramente m�s viejos que yo, me acompa�aban, paralizados en aquel pasillo, verdes, aplaudiendo vida. Los ni�os y ni�as, envueltos en telas oscuras y con los rostros pintados, de casa en casa gritando por comida y dulces van, deseando menos deber y m�s sobrevivir.
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