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10:04 p.m. - 2006-05-26 En tales tiempos, uno estaría conforme ante este cuadro de familia, fue por esto que los más soprendidos fueron los hijos y después los presuntos implicados. Al principio pensaron en cuentos. Después en teatro. Nada. Las personas descritas eran de carne y hueso, los nombres tercos. Eulalia se había dedicado a escribir diálogos que sucedían a través del día, cuando iba a misa por la mañana, cuando daba órdenes a las sirvientas; con sus hijos en paseos por la plaza o los domingos por las mañanas cuando su esposo se recluía en casa. Pero nadie recordaba tales conversaciones. Su última página era un escrito dos días antes de su sorpresiva muerte. Ese día había pasado la tarde tejiendo con su hija Laura, pero lo extraño fue que en toda la tarde tan sólo cruzaron unas cuantas monosílabas. El diario contenía dos hojas de charla entre madre e hija. Y eso era todo el diario. Una serie de pláticas ficticias. El discurso de honor en la boda de su hijo Eduardo. Acuerdos flemáticos con las servientas en diferentes páginas del año. Diálogos analgésicos con su marido. Soliloquios enternecedores. Era una persona completamente distinta a la madre abnegada del cotidiano rumor que traen las olas. Las especulaciones conjuntas entrevieron los escenarios posibles para explicar los escritos de su madre. Los ratos que se daba por las noches para tejer extra. Sus visitas con las amigas de alcurnia. Los suspensos los domingos por la tarde. Un montón de cosas que sólo hacían crecer el sentido trágico en la ignorancia de las personas. Y es que algunos días, tan sólo ponía: -Muy buenos días. Â Â ![]() |