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2:25 p.m. - 2006-10-29 Yo era r�gido y fr�o, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clav� los dientes, afirm�ndome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ning�n turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba a�n en ning�n mapa. As� yo yac�a y esperaba; deb�a esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse. Fue una vez hacia el atardecer -no s� si el primero o el mil�simo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano, cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuch� el paso de un hombre. A m�, a m�. Est�rate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sost�n al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la monta�a, ponlo en tierra firme. Lleg� y me golpete� con la punta met�lica de su bast�n, luego alz� con ella los faldones de mi casaca y los acomod� sobre m�. La punta del bast�n hurg� entre mis cabellos enmara�ados y la mantuvo un largo rato ah�, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo so�aba tras �l sobre monta�as y valles- que salt�, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremec� en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. �Qui�n era? �Un ni�o? �Un sue�o? �Un salteador de caminos? �Un suicida? �Un tentador? �Un destructor? Me volv� para poder verlo. �El puente se da vuelta! No hab�a terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me hab�an mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.
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