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11:03 p.m. - 2007-03-26 No es necesaria sombrilla o sandalia alguna en este terreno suspendido a la eternidad, caminar por este suelo fresco ahoga el calor que dejan sus huellas. Ropa alguna es necesaria en este embate de sales, la desnudez habilita las pasiones. Si el ambiente permite la frescura, Adriana en maculada disposici�n, atiende y afronta la recreaci�n que las olas construyen, pecado que a�n no es cometido. Adriana se acerca a la orilla con la angustia del vidente. Debemos procurar que las cosas sucedan se dice, hundiendo la carne en los poros del agua, vals triste para los amantes de la luna. Hundiendo e hinchando las curvas que fraguan gratitudes de advenimiento. El mar tambi�n suda cuando corresponde a una mujer. El agua es rinc�n de gemidos, lanza de crestas en pausada armon�a, fruta que la virgen da en sacrificio, irritando los ojos en blancas partes que jadean orugas de bronce, molde para torrentes extraviados. Saciad vuestra lengua mar, saciad vuestra lengua oc�ano de reyes. Acapara la expedici�n al precipicio con un dedo, y Adriana abre los ojos mientras mira el reloj despertador.
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