![]() |
2:36 p.m. - 2008-10-06 Fue titiritero, mimo en la compañía de Marcel Marceau, creador del Teatro Pánico, artista de vanguardia, director de cine, escritor de comics y poesía. Pasados los 70, sin embargo, el chileno Alejandro Jodorowsky hace furor en un café de París, donde todos los miércoles atiende a muchedumbres desesperadas y las cura con recetas poéticas como robar, o comer un bife durante 22 semanas seguidas, o romper siete sandías a puñetazos. A continuación, un retrato de este gurú sin moral. A las siete en punto, la multitud se abre y deja entrar a un hombre de 74 años, de barba y melena blancas, que carga una pila de libros. Una vez que se ha despojado de su abrigo, el escritor despliega un paño morado sobre la única mesa vacía, que le está reservada. Medio centenar de personas se aglomeran de inmediato, en su mayoría mujeres: una italiana muy hermosa; una actriz conocida, que pretende pasar de incógnito; una señora que viene de Chile a que le lean el tarot en lugar de su hermana enferma; un grupo de viajeros con el sleeping bag en la espalda; una fumadora compulsiva, de fuertes rasgos neuróticos; dos vamps españolas; un andrógino estilo Farinelli y un trío de homosexuales burlones que celebran cada ocurrencia del maestro. La primera es una adolescente temblorosa. El poeta le ordena revolver las cartas, extenderlas y elegir tres. Jodorowsky examina sus ojos, las manos, el timbre de voz. No acepta que le tomen fotos para no distraerse, niega con la cabeza cuando una periodista de Radio France Internationale pretende registrar la sesión, y durante las siguientes dos horas y media tratará de averiguar quiénes son las personas que tiene delante de sí, a través del tarot y el análisis de su árbol genealógico. Si la ocasión lo amerita, les sugerirá realizar un acto de psicomagia, un acto poético diseñado especialmente para ellos, con el que puedan comprender y cambiar su realidad: desde robar y comerse un bife durante 22 semanas seguidas, romper siete sandías a puñetazos o dejar nueve rosas blancas en la tumba de un abuelo. La duración de la consulta varía de acuerdo con cada persona. A una mujer que recibe quimioterapia le dedicará más tiempo que al promedio, y le aconsejará insultar a su padre y luego convencerlo de que le pague un viaje a donde ella desee. Cuando la mujer le pregunta si eso no es demasiado, el chileno replica: “Soy un gurú sin moral, hace mucho descubrí que la moral nos impide curar”. Al despedirla agrega: “Y deje de fumar tanto”. La mujer trastrabilla, confiesa que aún fuma tres paquetes al día, a pesar de las indicaciones del médico. Mientras esto ocurre, uno de los asistentes de Jodo riñe a una joven que filmó la sesión, pues la actriz no quiere que se difunda lo que se dijo sobre ella y amenaza con llamar a la policía si no se destruye el video. La joven se niega, y el griterío es tanto que debe ir ante Jodorowsky, cámara en mano, y entregarle el casete. Cuando ella explica que la cinta era el diario de su viaje por Europa, ocurren dos cosas notables: el chileno la apunta con un dedo flamígero y la reprende por filmar sin permiso, para regocijo de los creyentes más furiosos. Y al mismo tiempo, le devuelve el casete por debajo de la mesa, con un gesto que no advierten sus fans. La muchacha se va, disimulando la risa. Pero este pase, que dejó contento a tirios y a troyanos, Jodorowsky no lo hubiera intentado 40 años antes. El arte de la provocación Alejandro Jodorowsky fue titiritero, mimo en la compañía de Marcel Marceau, creador del Teatro Pánico, artista de vanguardia, director de cine, escritor de comics, novela, memorias, cuentos, fábulas zen y, sobre todo, poesía. Actualmente Alejandro recuerda a uno de los iniciados que recorren sus novelas. Se diría que el artista de la provocación, como el protagonista de El topo, pasó a otra fase de su vida, donde todos los miércoles se disfraza de santo para ayudar a las personas. Pero para que esto fuera posible, primero debió descubrir un secreto sagrado. Un período clave en la vida de Jodorowsky fue la invención de los efímeros, que luego se llamaron happenings en Estados Unidos y ahora se conocen como performances en todo el mundo. En uno de ellos vistió a un maniquí como si fuera su propio padre, lo disfrazó de rabino, y antes de castrarlo le arrancó las entrañas. –Era mi época feroz. Allí conocí a Allen Ginsberg y a Ferlinghetti. Todos los beatniks lo vieron. ¿Qué requisitos debe tener una performance para ser un espectáculo de calidad? –Depende del buen gusto del que la haga. Cuando empecé, mi idea era sacar al teatro del teatro. Me decía que el error del teatro era que se repetía siempre y trataba de ser eterno, idéntico a sí mismo, cuando en realidad vale por sus accidentes. En teatro había que buscar algo que nunca se pudiera repetir: si aceptabas que la representación se hiciera una sola vez, te liberabas de la obra y hacías un espectáculo donde las cosas se podían romper o desaparecer, podías usar humo, gelatina, plastilina, fuego, destrucciones, construcciones. Una performance real es aquella que nunca se puede repetir, y llega a su degeneración cuando el artista va a un lugar y a otro y la repite. Eso ya es teatro. La esencia de la performance es que nunca se repita: un hecho que sucede una vez y nunca más. Un secreto sagrado Jodorowsky puede trabajar en muchas realidades a la vez, pero lo que lo ha mantenido con un eje, artísticamente hablando, es que todos los días dedica por lo menos una hora a escribir sus poemas, y alrededor de ese trabajo poético se ha dado el resto de su obra, la psicomagia incluida. –Los magos dicen que la realidad es lo que tú piensas que es. En el pensamiento mágico gran parte de la realidad es subjetiva, proyectada por nosotros mismos. La búsqueda importante es saber lo que es el mundo sin mí. Me encantaría, no sé lo que es. –Mi padre era completamente ateo. Desde los cuatro años me repetía: “Dios no existe. Un día te vas a morir, te vas a pudrir y eso será todo, no te hagas ilusiones, no hay vida después de la muerte”. Desde entonces siempre he estado buscando una aspirina metafísica. ¿El arte que no sana no es arte? Marcel Marceau, el olvidadizo ¿Qué piensas cuando ves a otras personas interpretando lo que tú has inventado? ¿Por ejemplo a Marcel Marceau? –Pienso: “Esto me va a pagar un desayuno”. ¡Oye, cómo me costó que me diera los derechos! Cuando trabajaba con él, me pareció que le faltaba una pantomima poética, algo de peso, profundo, así que le escribí El fabricante de máscaras. La registré antes de mostrársela, se la di, se entusiasmó como loco, de inmediato la hizo y tuvo gran éxito. Cuando le pregunté si me iba a pagar algo, Marcel dijo que no se acordaba. Tuve que sacar el papel del registro y demostrarle que yo poseía los derechos, pagó y asunto resuelto. Una vez, paseando por Nueva Delhi vi a un limosnero haciendo esa misma pantomima, y la gente le daba monedas. Me dije: mira, ¡eso salió de mi mente y le da de comer a un mendigo en la India! ¡Qué bueno! ¿No? Â Â ![]() |