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12:42 a.m. - 2006-12-05 Las ciencias naturales constituyen un objeto relativamente reciente del examen feministas. Las críticas desencadenan inmensas expectativas -o temores-, aunque permanecen mucho más fragmentarias y están conceptuadas de forma mucho menos clara que los análisis feministas efectuados en otras disciplina. La expectativa y el miedo se basan en el reconocimiento de que constituimos una cultura científica, que la racionalidad científica no sólo está presente en todas las formas de pensamiento y de acción de nuestras instituciones públicas, sino, incluso, en nuestras formas de pensar sobre los detalles más íntimos de nuestra vida privada. Los manuales y los artículos de revistas de gran difusión relativos a la crianza de los niños y sobe las relaciones sexuales extraen su autoridad y consiguen su popularidad apelando a la ciencia. Y, durante el último siglo, el uso social de la ciencia ha cambiado: siendo antes una ayuda esporádica, ahora se ha convertido en el generador directo de la acumulación y el control económicos, políticos y sociales. En la actualidad, podemos contemplar que la esperanza de "dominar la naturaleza" para mejorar la especie se ha convertido en el esfuerzo para conseguir un acceso desigual a los recursos naturales para fines de dominación social. Si alguna vez lo fue, el científico ha dejado de ser el genio excéntrico y socialmente marginal que gastaba sus bienes privados y, a menudo, su propio tiempo en tareas puramente intelectuales que le interesasen. Sólo en casos muy raros, su investigación carece de utilidad social previsible. En cambio, él (o, desde hace menos tiempo, ella) forma parte de una numerosa mano de obra, entrenada desde la escuela elemental para ingresar en los laboratorios universitarios, industriales o gubernamentales en los que se pretende que más del 99% de la investigación pueda aplicarse de forma inmediata a proyectos sociales. Si estos enormes imperios industrializados, dedicados -intencionadamente o no- a la acumulación material y al control social, no pueden demostrar que estén al servicio de los mejores intereses de progreso social, en relación con una búsqueda del saber objetiva, desapasionada, imparcial y racional, es imposible justificarlos en nuestra cultura. En las culturas modernas, ni Dios ni la tradición gozan de la misma credibilidad que la racionalidad científica. Â Â ![]() |