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11:21 a.m. - 2006-10-10 El primero sol�a pedir al abad que le dejara salir del monasterio para ver el mundo y en �l poder poner en pr�ctica su zen. El otro se contentaba con la vida mon�stica y, aunque le hubiera gustado ver el mundo, esto no le creaba ning�n af�n en absoluto. El abad, que nunca hab�a accedido a los pedidos del primer monje, pens� un d�a que tal vez los tiempos eran maduros para que los j�venes monjes fueran puestos a prueba. Les convoc�, anunci�ndoles que hab�a llegado el momento de que se fueran por el mundo durante todo un a�o. El primer monje exultaba. Dejaron el templo el d�a siguiente al amanecer. El a�o transcurri� r�pido y los dos monjes regresaban al monasterio con muchas experiencias para contar. El abad quiso verles para conocer lo que ese a�o hab�a supuesto para ellos y qu� hab�an descubierto durante su estancia en el mundo laico. El primer monje, el que quer�a conocer el mundo material, dijo que la sociedad est� llena de distracciones y tentaciones, y que es imposible meditar ah� fuera. Para practicar el zen no existe mejor lugar que el monasterio. El otro, por el contrario, dijo que salvo algunos aspectos superficiales no encontr� gran diferencia a la hora de meditar y practicar el zen en el mundo exterior. Por tanto, a su parecer, quedarse en el templo o vivir en sociedad, le resultaba igual. Tras haber escuchado ambos relatos, el abad les dio a conocer su decisi�n: al segundo monje le concedi� la autorizaci�n para que se fuera. Al primero le dijo: "ser� mejor que t� te quedes aqu�, todav�a no est�s preparado".
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