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10:33 p.m. - 2006-01-18
Common freaks
Igualdad y Diferencia
Sara Lovera

"La verdadera equidad entre mujeres y hombres significa alcanzar la igualdad con el reconocimiento de la diferencia. En la actualidad el proceso cultural de igualaci�n entre los sexos ha modificado pautas sociales arraigadas".

La diferencia sexual se ha traducido siempre en desigualdad social. Por eso, al hablar de igualdad entre los sexos nos estamos refiriendo al problema de la desigualdad de las mujeres con relaci�n a los hombres. Y como la desigualdad sexual no va a desaparecer, �de qu� manera se puede abordar esta cuesti�n que, finalmente, encarna el nudo de la aspiraci�n democr�tica: que todas las personas sean consideradas ciudadanos y ciudadanas iguales?

Existe gran complejidad en la utilizaci�n de los conceptos de igualdad y de diferencia con relaci�n a las mujeres y los hombres, pues las personas somos iguales en tanto seres humanos y diferentes en tanto sexos. La diferencia se produce sola, la igualdad hay que construirla. La igualdad no es un dato en la organizaci�n humana, es un ideal �tico.

Como bien se�ala Jean Starobinsky, la igualdad tiene dos dimensiones, la filos�fica y la sociopol�tica: se trata de una interrogaci�n filos�fica relacionada con la representaci�n que nosotros nos hacemos de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, implica una reflexi�n sobre el modelo de sociedad justa que nos proponemos.

Personas diferentes pero equivalentes.

En la teor�a pol�tica de los derechos en la que se apoyan las demandas de justicia de los grupos excluidos, la igualdad significa ignorar las diferencias entre los individuos para un prop�sito particular o en un contexto espec�fico.

Michael Walzer lo formula de la siguiente manera: "El significado de la ra�z de la igualdad es negativo; en su origen, el igualitarismo es una pol�tica abolicionista. se dirige a eliminar no todas las diferencias, sino un conjunto particular de diferencias". Esto supone un acuerdo social para considerar a personas obviamente diferentes como equivalentes (no id�nticas) para un prop�sito dado.

Un ejemplo cl�sico: en ciertas �pocas se ha tomado a la libertad, la propiedad, la raza o el sexo como condici�n para ejercer o impedir el derecho de elegir a los gobernantes.

Es decir, la medida de equivalencia para la ciudadan�a democr�tica ha sido, en diferentes momentos, el que la persona no fuera esclavo, tuviera propiedades, no fuera de raza negra o que no fuera mujer. En la actualidad, la edad y la capacidad de discernir son los dos elementos que marcan el acceso al ejercicio de la ciudadan�a.

Vemos, por lo tanto, que la noci�n pol�tica de igualdad incluye, y de hecho depende, de un reconocimiento de la existencia de la diferencia; si los grupos o los individuos fueran id�nticos no habr�a necesidad de pedir igualdad. De ah� que la igualdad se defina como una indiferencia deliberada frente a diferencias espec�ficas. un punto importante radica, pues, en distinguir la calidad de id�ntico de la de igual.

La diferencia sexual ha sido utilizada para justificar la subordinaci�n femenina. Mientras que cada d�a hay mayor conciencia del racismo y de la falsedad de sus argumentaciones que utilizan a la biolog�a con fines discriminatorios, todav�a es poca la conciencia sobre el sexismo, que pretende hacer lo mismo con la diferencia sexual. Sabemos que sobre la biolog�a se ha construido el g�nero, y que muchas de las reglamentaciones y prohibiciones que impone �ste no se derivan de la biolog�a, sino que son construcciones sociales. �C�mo entonces, abordar la diferencia sexual sin relegar la calidad igualitaria de los seres humanos?.

Joan W. Scott propone que m�s que reivindicar la diferencia o la igualdad, hay que buscar formas no esencialistas de plantear la diferencia. Es decir, reivindicar la diferencia sexual -diferencia fundante- desde una plataforma de igualdad. Scott se�ala que mientras la diferencia sexual contin�e siendo un principio rector de nuestra sociedad hay que cuestionar c�mo se usa para marcar la divisi�n entre lo p�blico y lo privado, y tambi�n como se elimina u oculta el discurso y la pr�ctica pol�ticos. Esto conduce a dos grandes reordenamientos.

El primero es la reformulaci�n de la relaci�n entre el �mbito p�blico y el privado y el segundo es la introducci�n de la diferencia sexual en la pol�tica.

En el �mbito privado, las mujeres son id�nticas.

Por el g�nero, la sociedad se ha dividido en dos �mbitos, el femenino (lo privado) y el masculino (lo p�blico). Pero es a partir de lo p�blico, donde aparece el individuo como categor�a ontol�gica y pol�tica, que las personas se instituyen a s� mismas como sujetos.

En el espacio p�blico los sujetos del contrato social se encuentran como iguales; las mujeres, relegadas al espacio privado, quedan excluidas.

En el espacio privado no hay poder ni jerarqu�a que repartir, es un espacio de la �ndiscernibilidad, un espacio de indefinici�n donde las mujeres se vuelven id�nticas, es decir, sustituible una por otra que cumpla esa funci�n femenina.

La ubicaci�n de la mujer en el �mbito de la privado se fundamenta de manera ideol�gica en la diferencia sexual: al tener anatom�as distintas con funciones reproductivas complementarias, mujeres y hombres tambi�n deben tener papeles sociales distintos y complementarios.

El an�lisis pol�tico actual refleja la asociaci�n de lo privado a lo femenino. La mujer no es la destinataria de la privacidad, sino que ese espacio de intimidad va a existir para que lo disfrute otro; ella es la responsable, la trabajadora de la privacidad del sujeto p�blico. Al crear las condiciones para que el otro tenga privacidad, la mujer queda como guardiana de la familia, excluida de la vida p�blica.

Aunque la connotaci�n moderna del t�rmino privacidad se refiere a un �mbito �ntimo, sustra�do a la vida social y a las miradas de todo el mundo, no debemos olvidar su uso griego de carencia, de negaci�n. Por eso, la objeci�n del pensamiento democr�tico sobre la identificaci�n de la mujer al �mbito privado no se refiere al sentido liberal moderno, es decir, a que tenga privac�a, sino al sentido griego, o sea, a que est� privada de reconocimiento.

Adem�s, la raz�n de fondo por la cual la mujer no es concebida como sujeto del contrato social radica en que la conceptualiza como perteneciente al �mbito de la naturaleza. Como supuestamente a la mujer la requiere la ley de la naturaleza y no la ley social, su deber �tico se define en relaci�n con la funci�n biol�gica natural: la reproducci�n. Pero por su capacidad de parir y amamantar, la mujer queda responsabilizada de todo el trabajo familiar, no solo el relativo al cuidado y atenci�n de la cr�a.

Necesario desmitificar el espacio privado.

El uso equivocado del concepto naturaleza encubre una visi�n biologista de las cuestiones sociales. Cuando se afirma que la mujer por naturaleza tiene mayor inclinaci�n por los hijos o lo dom�stico, se olvida que si en verdad esa dedicaci�n se derivara de la naturaleza, la manifestar�an todas las mujeres, de todas las �pocas y partes del mundo.

La amplitud y variedad de casos de mujeres que eligen no ser madres, incluyendo a las monjas, muestra que el asunto no es tan autom�tico. Una apreciaci�n correcta respecto de la naturaleza de las mujeres ser�a decir que todas, al llegar a la adolescencia, empiezan a menstruar, a menos que tengan una disfunci�n seria.

En la actualidad varias disciplinas de las ciencias sociales analizan, critican y apuntan a la necesidad de superar la r�gida dicotom�a de papeles que por el g�nero se ha ido conformando a lo largo de la historia. De ah� que mucha de la cr�tica pol�tica democr�tica tambi�n formule la importancia de reconocer y aceptar opciones de la vida m�s flexibles, no arraigadas en estrictos y anticuados papeles sociales.

Pero la consecuci�n de la igualdad requiere varias transformaciones sociales. Una tarea imprescindible para el surgimiento de las mujeres como ciudadanas, como sujetos pol�ticos plenos, con derechos y obligaciones en el contrato social, es desmitificar el espacio privado de la familia: hay que mostrar tanto las relaciones de poder que lo sostienen como el trabajo no reconocido que ah� se realiza.

Para que mujeres y hombres compartan de manera equitativa responsabilidades p�blicas y privadas, pol�ticas y dom�stica, se requiere que junto con la entrada masiva de las mujeres al �mbito p�blico, se d� el ingreso de los hombres al �mbito privado. Solo as� el concepto de ciudadan�a alcanzar� su verdadero sentido: el de la participaci�n de las personas, sin importar su sexo, como ciudadanos con iguales derechos y obligaciones.

Apropiaci�n femenina de la norma masculina.

Otro punto crucial es que todos los sujetos, hombres y mujeres, respondan a la misma ley moral. Este punto, donde se concentran grandes disparidades, todav�a no ha sido alcanzado en ninguna sociedad.

La concepci�n vigente de doble moral hace que las mujeres sean consideradas (y se les exija ser) m�s buenas, fieles y castas que los hombres. Por su lado, los hombres, principales detentadores de la universalidad en cuanto sujetos dominantes, no aceptan el c�digo moral de las mujeres, aunque declaren que es mejor.

Como los hombres no se han igualado a las mujeres, �stas han empezado a hacer suyo el c�digo masculino. A esta apropiaci�n de la norma masculina por parte de las mujeres, Amelia Valc�rcel, fil�sofa espa�ola, la ha llamado el derecho al mal, y la ha justificado como una opci�n �tica en tanto instaura una cierta igualdad moral, aunque sea rebajando ciertas pautas de conducta. Por ejemplo, si hombres mediocres y tontos est�n en posiciones de poder, que haya igualdad quiere decir que tambi�n se acepte a mujeres tontas y mediocres en esos puestos. Si se exige que para figurar en pol�tica la mujer tiene que ser excepcional, �que igualdad es esa? .

Con un esquema igualitario se deshecha la mistificaci�n que se hace de las mujeres como esencialmente m�s buenas y generosas, y m�s cercanas a la naturaleza. Esta idea de que las mujeres son mejores que los hombres est� en la base de muchas de las dificultades de acci�n pol�tica: las mujeres, como alternativa limpia, no se deben manchar con el uso del poder y negociar como lo hacen los hombres, supuestamente prosaicos, corruptos y ego�stas. No solo es irracional concebir a las mujeres como instrumento de salvaci�n para redimir al poder, al Estado y a los hombres, sino algo peor: dicha concepci�n confirma relaciones desiguales. Por ejemplo, desde esta idea de las mujeres como m�s altruistas y generosas, en una sociedad donde las relaciones humanas se rigen por la reciprocidad, la dificultad de las mujeres para exigir se justifica como generosidades m�s que sintom�tico: es funcional a la subordinaci�n.

La importancia de reconocer la diferencia

Pero as� como es indispensable compartir el piso conceptual de igualdad, tambi�n es fundamental aceptar la importancia de reconocer la diferencia. Sin caer en una concepci�n esencialista, que plantee la diferencia como ontol�gicamente irreductible, hay que ver como ha resultado positivo que las mujeres se asuman como un nuevo sujeto colectivo, distinto a los hombres.

Las mujeres han incorporado un nuevo principio de identidad -un nosotras- que las destaca en el discurso tradicional del hombre, supuestamente neutro, pero simb�licamente masculino. Este nosotras propicia tomas de conciencia e identificaci�n, y crea un discurso propio -una palabra de mujer- frente al discurso cl�sico, que no incorpora la diferencia sexual y subsume a las mujeres dentro del uso neutro/masculino de los hombres.

Tenemos, pues, que las mujeres no pueden negar su diferencia, ni pueden renunciar a la igualdad, al menos mientras �sta se refiera a los principios y valores democr�ticos. Se necesita entonces una nueva forma de pensar sobre la diferencia y la igualdad, que no obligue a elegir una perspectiva y renunciar a la otra. Las posturas que optan, en bloque y sin matices, por reivindicar solo la igualdad o solo la diferencia, siempre quedan truncas.

Se requiere una reflexi�n no reduccionista para abordar la problem�tica humana de la igualdad y la dfferencia y as� construir una altemativa de vida democr�tica, donde la diferencia sexual sea, al mismo tiempo, reconocida y relativizada.

El dilema de la diferencia

Esto requiere poner mucha atenci�n en el dilema de la diferencia. Este dilema radica en que cuanto se ignora la diferencia se da paso a una falsa neutralidad, y cuando se le toma en cuenta se puede acentuar su estigma. Tanto destacar como ignorar la diferencia implican el riesgo de recrearla, ese es el dilema de la diferencia.

Adem�s, cuando igualdad y diferencia se plantean en forma dicot�mica, se presenta una elecci�n imposible. Si una mujer opta por la igualdad, ya no podr� hacer valer las reivindicaciones que se desprenden de su diferencia; pero si opta solo por la diferencia, admite que la igualdad es inalcanzable. Colocar la igualdad y diferencia en una relaci�n de oposici�n tiene, por lo tanto, un doble efecto negativo. Por un lado, niega la forma en que la diferencia ha figurado desde hace tiempo en las nociones pol�ticas de igualdad, y por el otro, sugiere que la semejanza es el �nico terreno donde se puede reclamar la igualdad. Esta postura coloca a las mujeres en una situaci�n dif�cil, ya que mientras se discuta y piense en los t�rminos de un discurso planteado por esta oposici�n, se acepta la premisa conservadora de que como las mujeres no pueden ser id�nticas a los hombres en todos los aspectos, no pueden esperar lograr la igualdad social, laboral y ciudadana.

Por eso, para adquirir una perspectiva que modifique las pol�ticas que en su intento de proteger la diferencia la consolidad, o las que la olvidan cuando aspiran a lograr solo la igualdad, es �til la postura que plantea la igualdad en la diferencia. Para esta perspectiva es imprescindible tomar en cuenta la diferencia sexual, sin volverla una justificaci�n generalizada. Un ejemplo: hay momentos en los que tiene sentido para las madres pedir consideraci�n por su papel reproductivo, y contextos donde la maternidad es irrelevante para valorar la conducta de las mujeres; hay situaciones en las que tiene sentido solicitar una revaluaci�n del estatus de lo que ha sido construido socialmente como "trabajo de mujer", y contextos en los que es m�s importante preparar a las mujeres para que ingresen a trabajos masculinos.

As� pues, resulta inaceptable sostener que la biolog�a predispone a todas las mujeres para realizar ciertos trabajos (de cuidado) o que implica tener ciertos estilos de trabajo (colaborativos) pues eso es plantear como natural lo que en realidad es resultado de complejos procesos culturales, econ�micos y subjetivos. Baste ver las diferencias que han caracterizado las historias laborales de las mujeres.

La similitud no es un requisito para la igualdad

En las estrategias pol�ticas de las instituciones gubernamentales tiene que existir al mismo tiempo una atenci�n a las manifestaciones de la diferencia y una insistencia en la relativizaci�n de la diferencia sexual, ambas dentro de un marco de aspiraci�n igualitario.

La resoluci�n del dilema de la diferencia no ignora a la diferencia misma, sino que asume una posici�n cuestionadora en dos movimientos. El primero es la relaci�n de una cr�tica sistem�tica a las maniobras que usan la diferencia para construir diversos tipos de exclusiones y jerarqu�as. El segundo es una renuncia al esencialismo de la diferencia. Renunciar a una igualdad que implica similitud o identidad, conduce a reconocer una igualdad que se apoya en las diferencias. La similitud no es un requisito para la igualdad. Mujeres y hombres pueden ser iguales socialmente sin ser id�nticos, tal como lo son -te�ricamente- indios y mestizos, blancos y negros.

No es f�cil conciliar igualdad y diferencia en una misma perspectiva. Primero hay que distinguir los dos aspectos-sexualidad y procreaci�n-donde pesa realmente la diferencia sexual, pero sin hacer de �sta el principio de formas de ciudadan�a radicalmente diferente para ambos sexos. En defensa del valor de una ciudadan�a igualitaria, hay que reconocer que hombres y mujeres ocupan posiciones diferentes en la sociedad, y que esto dificulta a las mujeres el ejercicio de sus derechos ciudadanos.

La diferencia de intereses y conductas entre hombres y mujeres no es consecuencia de una esencia enraizada en la biolog�a. Lo que ubica a las personas en el orden cultural y pol�tico, en los �mbitos privado y p�blico, es la combinaci�n de biolog�a y g�nero, m�s el contexto de su experiencia de vida, que incluye una serie de elementos que van desde circunstancias econ�micas, culturales y pol�ticas, hasta un desarrollo particular de la subjetividad. En ese sentido, lo m�s determinante en la subordinaci�n de las mujeres es su posici�n en el tablero social -la cual carece de poder y movilidad- y no su cuerpo.

La igualdad a partir de la diferencia

Rechazar la oposici�n igualdad/diferencia e insistir continuamente en la igualdad, en la diferencia, son mecanismos que favorecen una ruptura en el esquema dicot�mico tradicional.

Pero hay que estar conscientes del peligro de que los argumentos sobre la diferencia sexual sean utilizados para mantener a las mujeres en un lugar y papel supuestamente naturales.

Una de las tareas prioritarias que enfrentamos es la de explicitar las diferencias producidas socialmente: las diferencias de las mujeres que no han trabajado por dedicarse a la familia, o de quienes reciben una menor remuneraci�n por desempe�ar trabajos femeninos. Al evidenciar estas diferencias tambi�n surgen problemas de conceptualizaci�n. De la forma como se comprende la aparente coincidencia entre el ser mujer y la interiorizaci�n del sexo femenino, depender� la postura que privilegie la igualdad o la diferencia. Las personas a quienes el primer punto les parezca absolutamente igual al segundo se propondr�n de contruir la diferencia entre los sexos, convirtiendo a �sta en una de tantas diferencias (en plural) individuales y sociales. Quienes, por el contrario, tiendan a reconstruir el orden social y simb�lico sobre la diferencia sexual para descentrar la idea de sujeto como el hombre, distinguir�n el hecho de ser mujer de la inferiorizaci�n que sufre el sexo femenino.

La neutralidad enga�osa

Es muy simplista reducir la igualdad a la pura homologaci�n, pues el principio de la igualdad es en si un importante factor de normalizaci�n de las diferencias. Lo que hay que hacer es pensar en la igualdad a partir de la diferencia, sin negar la existencia de las relaciones de poder entre los sexos.

Es justamente esta relaci�n la que determina el estatus de las mujeres. La persistencia del desequilibrio de poder entre los sexos es muy grave, y no hay que pensar que ya todo se ha resuelto en las sociedades donde existe una gran equidad. Ah� la subordinaci�n no se muestra con el vistoso rostro de la discriminaci�n, sino con el sofisticado gesto de la neutralidad.

Por eso, la verdadera equidad entre hombres y mujeres significa alcanzar la igualdad con el reconocimiento de la diferencia. En la actualidad, el proceso cultural de igualaci�n entre los sexos ha modificado pautas sociales arraigadas. Esto no se ha conseguido solo mediante decretos y leyes-aunque es in prescindible tener un marco jur�dico para hacer valer las modificaciones necesarias-, sino a trav�s de las transformaciones en la sociedad: el ingreso de m�s mujeres al trabajo asalariado, el avance en la educaci�n y el conocimiento junto con la influencia de lo que sucede en el resto del mundo. Todo ello ha cambiado las costumbres, esas fronteras simb�licas entre lo p�blico y lo privado. El objetivo para el pr�ximo milenio es la conquista en la vida social de posiciones de sujeto con equidad, por parte de los grupos oprimidos: mujeres, ind�genas, homosexuales, ancianos, personas con discapacidad, etc�tera. Este desaf�o supone construir un marco de igualdad con reconocimiento de la diferencia. Mientras tanto, la perspectiva de g�nero sirve para poner en evidencia la arcaica jerarqu�a que el proceso de simbolizaci�n ha establecido sobre la diferencia sexual, y para fundamentar la imposibilidad de las argumentaciones de superioridad de un sexo sobre otro.

Ficha bibliogr�fica:
LOVERA, Sara, Igualdad y diferencia, en Conmujer, De igual a igual, M�xico, Marzo 2000, pp 39-44.

La reproducci�n de este art�culo est� permitida por la Comisi�n Nacional de la Mujer, citando la fuente.

 

 

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