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5:58 p.m. - 2008-07-26
Desobediencia civil
por Henry David Thoreau

Creo de todo coraz�n en el lema �El mejor gobierno es el que tiene que gobernar menos�, y me gustar�a verlo hacerse efectivo m�s r�pida y sistem�ticamente. Bien llevado, finalmente resulta en algo en lo que tambi�n creo: �El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto�. Y cuando los pueblos est�n preparados para ello, �se ser� el tipo de gobierno que tengan. En el mejor de los casos, el gobierno no es m�s que una conveniencia, pero en su mayor�a los gobiernos son inconvenientes y todos han resultado serlo en alg�n momento. Las objeciones que se han hecho a la existencia de un ej�rcito permanente, que son varias y de peso, y que merecen mantenerse, pueden tambi�n por fin esgrimirse en contra del gobierno. El ej�rcito permanente es s�lo el brazo del gobierno establecido. El gobierno en s�, que es �nicamente el modo escogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, est� igualmente sujeto al abuso y la corrupci�n antes de que el pueblo pueda actuar a trav�s suyo. Somos testigos de la actual guerra con M�jico, obra de unos pocos individuos comparativamente, que utilizan como herramienta al gobierno actual; en principio, el pueblo no habr�a aprobado esta medida. El gobierno de los Estados Unidos �qu� es sino una tradici�n, bien reciente por cierto, que lucha por proyectarse intacta hacia la posteridad, pero perdiendo a cada instante algo de su integridad? No tiene la vitalidad y fuerza de un solo hombre: porque un solo hombre puede doblegarlo a su antojo. Es una especie de fusil de madera para el mismo pueblo, pero no es por ello menos necesario para ese pueblo, que igualmente requiere de alg�n aparato complicado que satisfaga su propia idea de gobierno. Los gobiernos demuestran, entonces, cu�n exitoso es impon�rsele a los hombres y a�n, hacerse ellos mismos sus propias imposiciones para su beneficio. Es excelente, tenemos que aceptarlo. Sin embargo, este gobierno nunca adelant� una empresa, excepto por la algarab�a con la que sac� el cuerpo. No mantiene al pa�s libre. No deja al Oeste establecido. No educa. El car�cter inherente al pueblo americano es el responsable de todo lo que se ha logrado, y hubiera hecho mucho m�s si el gobierno no le hubiera puesto zancadilla, como ha ocurrido tantas veces. Porque el gobierno es una estratagema por la cual los hombres intentan dejarse en paz los unos a los otros y llega al m�ximo de conveniencia cuando los gobernados son dejados en paz.
Si el mercado y el comercio no estuvieran hechos de caucho, jam�s lograr�an salvar los obst�culos que los legisladores les atraviesan en forma sistem�tica. Y si uno fuera a juzgar a esos se�ores s�lo por el efecto de sus acciones, y no en parte por sus intenciones, merecer�an ser castigados como a los malhechores que atraviesan troncos sobre los rieles del ferrocarril.

Pero, para hablar en forma pr�ctica y como ciudadano, a diferencia de aquellos que se llaman �antigobiernistas�, yo pido, no como �antigobiernista� sino como ciudadano, y de inmediato, un mejor gobierno. Perm�tasele a cada individuo dar a conocer el tipo de gobierno que lo impulsar�a a respetarlo y eso ya ser�a un paso ganado para obtener ese respeto. Despu�s de todo, la raz�n pr�ctica por la cual, una vez que el poder est� en manos del pueblo, se le permite a una mayor�a, y por un per�odo largo de tiempo, regir, no es porque esa mayor�a est� tal vez en lo correcto, ni porque le parezca justo a la minor�a, sino porque f�sicamente son los m�s fuertes. Pero un gobierno en el que la mayor�a rige en todos los casos no se puede basar en la justicia, a�n en cuanto �sta es entendida por los hombres. �No puede haber un gobierno en el que las mayor�as no decidan de manera virtual lo correcto y lo incorrecto � sino a conciencia?, �en el que las mayor�as decidan s�lo los problemas para los cuales la regulaci�n de la conveniencia sea aplicable? �Tiene el ciudadano en alg�n momento, o en �ltimas, que entregarle su conciencia al legislador? �Para qu� entonces la conciencia individual? Creo que antes que s�bditos tenemos que ser hombres. No es deseable cultivar respeto por la ley m�s de por lo que es correcto. La �nica obligaci�n a la que tengo derecho de asumir es a la de hacer siempre lo que creo correcto. Se dice muchas veces, y es cierto, que una corporaci�n no tiene conciencia; pero una corporaci�n de personas conscientes es una corporaci�n con conciencia. La ley nunca hizo al hombre un �pice m�s justo, y a causa del respeto por ella, a�n el hombre bien dispuesto se convierte a diario en el agente de la injusticia. Resultado corriente y natural de un indebido respeto por la ley es el ver filas de soldados, coronel, capit�n, sargento, polvoreros, etc., marchando en formaci�n admirable sobre colinas y ca�adas rumbo a la guerra, contra su voluntad, al�s!, contra su sentido com�n y sus conciencias, lo que hace la marcha m�s ardua y produce un p�lpito en el coraz�n. No les cabe duda de que la tarea por cumplir es infame; todos est�n inclinados hacia la paz. Pero, qu� son? Son hombres acaso? O peque�os fuertes y polvorines al servicio de alg�n inescrupuloso que detenta el poder? Visiten un patio de la Armada y observen un marino, el hombre que el gobierno americano puede hacer, o mejor en lo que lo puede convertir con sus artes nigrom�nticas � una mera sombra y reminiscencia de humanidad, un desarraigado puesto de lado y firmes, y, se dir�a, enterrado ya bajo las armas con acompa�amiento f�nebre...aunque puede ser que

�No se oy� ni un tambor,
ni la salva de adi�s escuchamos,
cuando el cuerpo del h�roe y su honor
en la tumba en silencio enterramos�.
La masa de hombres sirve pues al Estado, no como hombres sino como m�quinas, con sus cuerpos. Son el ej�rcito erguido, la milicia, los carceleros, los alguaciles, posse comitatus, etc. En la mayor�a de los casos no hay ning�n ejercicio libre en su juicio o en su sentido moral; ellos mismos se ponen a voluntad al nivel de la madera, la tierra, las piedras; y los hombres de madera pueden tal vez ser dise�ados para que sirvan bien a un prop�sito. Tales hombres no merecen m�s respeto que el hombre de paja o un bulto de tierra. Valen lo mismo que los caballos y los perros. Aunque a�n en esta condici�n, por lo general son estimados como buenos ciudadanos. Otros � como la mayor�a de los legisladores, los pol�ticos, abogados, cl�rigos y oficinistas � sirven al Estado con la cabeza, y como rara vez hacen distinciones morales, est�n dispuestos, sin propon�rselo, a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. Unos pocos, como h�roes, patriotas, m�rtires, reformadores en el gran sentido, y hombres � sirven al Estado a conciencia, y en general le oponen resistencia. Casi siempre son tratados como enemigos. El hombre sabio ser� �til s�lo como hombre, y no aceptar� ser �arcilla� o �abrir un hueco para escapar del viento�, sino que dejar� ese oficio a sus cenizas.
�Soy nacido muy alto para ser convertido en propiedad,
para ser segundo en el control
o �til servidor e instrumento
de ning�n Estado soberano del mundo�.
El que se entrega por completo a sus cong�neres les parece a ellos in�til y ego�sta; pero aquel que se les entrega parcialmente es considerado benefactor y fil�ntropo.
�C�mo le conviene a una persona comportarse frente al gobierno americano de hoy? Le respondo que no puede, sin caer en desgracia, ser asociado con �ste. Yo no puedo, ni por un instante, reconocer una organizaci�n pol�tica que como gobierno m�o es tambi�n gobierno de los esclavos. Todos los hombres reconocen el derecho a la revoluci�n; es decir, el derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia al gobierno cuando �ste es tirano o su ineficiencia es mayor e insoportable. Pero muchos dicen que ese no es el caso ahora. Pero era el caso, creo, en la Revoluci�n de 1775. Si alguien viene a decirme que aquel era un mal gobierno porque gravaba ciertas mercanc�as extranjeras que llegaban a sus puertos, seguramente no har�a yo mucho caso del asunto, puesto que me basto sin ellas. Toda m�quina produce una fricci�n, y �sta probablemente no es suficiente para contrarrestar el mal. En todo caso, es un gran mal hacer gran bulla al respecto. Pero cuando la fricci�n se apodera de la m�quina y la opresi�n y el robo se organizan, les digo, no mantengamos tal m�quina por m�s tiempo. En otras palabras, cuando una sexta parte de la poblaci�n de una naci�n que ha tomado como propio ser el refugio de la libertad est� esclavizada, y todo un pa�s est� injustamente subyugado y conquistado por un ej�rcito extranjero y sujeto a la ley militar, no creo que sea demasiado pronto para que los honestos se rebelen y hagan revoluci�n. Lo que hace m�s urgente esta obligaci�n es que el pa�s as� dominado no es el nuestro y lo �nico que nos queda es el ej�rcito invasor.

Paley, conocida autoridad con muchos otros en asuntos morales, en su cap�tulo sobre �Obligaci�n a la obediencia al Gobierno Civil�, resuelve toda obligaci�n moral a la conveniencia y contin�a diciendo que �en cuanto el inter�s de toda la sociedad lo requiera, es decir, en cuanto al gobierno establecido no se pueda oponer resistencia o cambiar sin inconveniencia p�blica, es la voluntad de Dios...que el gobierno establecido sea obedecido...y no m�s. Al admitir este principio, la justicia de cada caso espec�fico de resistencia se reduce al computo de la cantidad de peligro y afrenta, por un lado, y a la probabilidad y costo de remediarlo, por el otro�. De esto, dice, cada persona juzgar� por s� misma. Pero parece que Paley nunca contempl� aquellos casos en los que la ley de conveniencia no es aplicable, en los que un pueblo, tanto como un individuo, debe ejercer justicia, cueste lo que cueste. Si injustamente le he arrebatado una tabla a un hombre que se est� ahogando, debo devolv�rsela aunque yo me ahogue. Esto, seg�n Paley, no ser�a conveniente. Pero aquel que salve su vida en tal forma, la perder�. Este pueblo tiene que dejar de tener esclavos y de hacerle la guerra a M�jico, aunque le cueste su propia existencia como pueblo.

En sus pr�cticas, las naciones est�n de acuerdo con Paley, pero cree alguien que Massachusetts est� haciendo lo correcto en la crisis actual?

�Una puta por Estado, recamado de plata,
que le lleven la cola, pero que deja la huella de su alma en la mugre�.
En la pr�ctica, quienes se oponen a una reforma en Massachusetts no son cien pol�ticos del Sur, sino cien mil comerciantes y granjeros del Norte, quienes est�n m�s interesados en el comercio y la agricultura que en la humanidad, y no est�n preparados para hacer justicia a los esclavos y a M�jico, cueste lo que cueste. Yo no lucho con adversarios lejanos, sino en contra de quienes, aqu� mismo en casa, cooperan y licitan por los que est�n lejos, y sin los cuales estos �ltimos ser�an inofensivos. Estamos acostumbrados a decir que las masas no est�n preparadas; pero las mejoras son lentas, porque los pocos no son ni materialmente m�s sabios ni mejores que los muchos. No es tan importante que muchos sean tan buenos como usted, como que haya alguna bondad absoluta en alguna parte, porque ella ser� la levadura para todo el conjunto. Hay miles de personas que se oponen a la esclavitud y la guerra, pero sin embargo no hacen nada para terminarlas; hay quienes, consider�ndose hijos de Washington y Franklin, se sientan con las manos en los bolsillos, y dicen que no saben qu� hacer, y no hacen nada; hay quienes, anteponen el asunto del libre comercio al de la libertad y leen muy calmados las cotizaciones junto con los �ltimos informes sobre M�jico, despu�s de la cena, y hasta se quedan dormidos sobre ellos. �Cu�l es la cotizaci�n para un hombre honesto y patriota hoy? Ellos se lo preguntan, tienen remordimientos y hasta redactan un memorial, pero no hacen nada con convicci�n y efecto. Esperan, muy bien dispuestos, a que otros le pongan remedio al mal, para que ya no les remuerda. Cuando mucho, depositan un voto barato, con un d�bil patrocinio y deseo de feliz viaje a lo correcto, en cuanto a ellos respecta. Hay novecientos noventa y nueve patronos de la virtud por un hombre virtuoso. Pero es m�s f�cil negociar con el due�o real de alguna cosa que con su guardi�n temporal. Toda votaci�n es un tipo de juego como las damas o el backgammon, con un ligero tinte moral, un jueguito entre lo correcto y lo incorrecto con preguntas morales, acompa�ado, naturalmente, de apuestas. El car�cter de los votantes no entra en juego. Deposito mi voto, por si acaso, pues lo creo correcto, pero no estoy comprometido en forma vital con que esa correcci�n prevalezca. Se lo dejo a la mayor�a. La obligaci�n de mi voto, por lo tanto, nunca excede la conveniencia. A�n votar por lo correcto no es hacer nada por ello. Es simplemente expresar bien d�bilmente ante los dem�s un deseo de que eso (lo correcto) prevalezca. El hombre sabio no deja el bien a la merced del chance, ni desea que prevalezca por el poder de la mayor�a. Hay poca virtud en la acci�n de las masas. Cuando la mayor�a finalmente vote por la abolici�n de la esclavitud, ser� porque ya es indiferente a ella, o por que queda poca esclavitud para ser abolida con su voto. Entonces ellos mismos ser�n los �nicos esclavos. S�lo acelera con su voto la abolici�n de la esclavitud quien afirma por medio de �l su propia libertad.
Me entero de una convenci�n a reunirse en Baltimore, o en alguna otra parte, para escoger un candidato a la Presidencia, convenci�n formada principalmente por editores y pol�ticos de profesi�n; pero me pregunto, �qu� representa para una persona independiente, inteligente y respetable la decisi�n que all� se tome? �No tenemos, sin embargo, la ventaja de la sabidur�a y la honestidad? �No contamos con algunos votos independientes? �No hay muchas personas en este pa�s que no asisten a convenciones? Pero no: encuentro que el llamado hombre respetable ha sido arrastrado de su posici�n, y se desespera de su pa�s, cuando su pa�s tiene m�s razones para desesperarse de �l. En el acto, adopta a uno de los candidatos seleccionados, como el �nico disponible, probando que �l mismo est� disponible para cualquier prop�sito del demagogo. Su voto no tiene m�s valor que el de cualquier extranjero sin principios o nacional a sueldo, que haya sido comprado. �Loa al hombre que es hombre!, o, como dice un vecino �es hueso dif�cil de roer�. Nuestras estad�sticas est�n erradas: la poblaci�n es presentada exageradamente grande. �Cu�ntos habitantes hay por milla cuadrada en este pa�s? Escasamente uno. Es que los Estados Unidos no ofrecen aliciente para que las gentes se establezcan aqu�? El norteamericano ha degenerado en el Tipo Simp�tico � conocido por el desarrollo de su �rgano de sociabilidad, por la falta manifiesta de intelecto y por una seguridad desenfadada, cuya primera y m�s importante preocupaci�n al llegar a este mundo, es ver que los hospicios est�n en buenas condiciones, y antes de que haya estrenado su atuendo viril, empieza a recolectar fondos para sostener a las viudas y hu�rfanos que puedan aparecer, y quien, en �ltimas, se aventura a vivir solo de la ayuda de la Mutual de Seguros, que le ha prometido enterrarlo decentemente.

De hecho, no es obligaci�n de un individuo dedicarse a la erradicaci�n del mal, a�n del m�s enorme; bien puede tener otras inquietudes que lo ocupen. Pero es su obligaci�n al menos lavarse las manos de ese mal, y si no le dedica mayor pensamiento, tampoco debe darle su apoyo en la pr�ctica. Si yo me dedico a otras empresas y contemplaciones, debo ante todo ver que no las emprenda montado sobre los hombros de otro. Debo desmontarme primero para que �l pueda adelantar sus contemplaciones tambi�n. Vean qu� gran inconsistencia se tolera. Les he o�do decir a algunos de mis paisanos: �Me gustar�a que me ordenaran ir a ayudar a extinguir una insurrecci�n de esclavos o a marchar a M�jico, ya ver�a si voy�. Y, sin embargo, cada uno de ellos ha contribuido, directamente con su obediencia, e indirectamente con su dinero, suministrando un sustituto. El soldado que rehusa servir en una guerra injusta es aplaudido por aquellos que no rehusan sostener al gobierno injusto que hace la guerra; es aplaudido por aquellos cuyos actos y autoridad ese gobierno no tiene en cuenta ni valora en nada. Como si el Estado estuviera tan arrepentido que contratara a uno para que lo azotara mientras peca, pero no para dejar de pecar. As�, bajo el r�tulo del Orden y Gobierno Civil se nos hace a todos rendir homenaje y sostener nuestra propia maldad. Despu�s del primer sonrojo de pecado se pasa a la indiferencia y de lo inmoral se llega a lo amoral, lo que resulta necesario para esa vida que nos hemos forjado. El error m�s amplio y permanente necesita de la m�s desinteresada virtud para sostenerse. Los nobles son quienes m�s com�nmente incurren en el ligero reproche que se le hace a la virtud del patriotismo. Aquellos, quienes a la vez que desaprueban el car�cter y las medidas de un gobierno, le entregan su respaldo, son sin duda sus m�s conscientes soportes y con frecuencia el obst�culo m�s serio a la reforma.

Algunos le est�n pidiendo al Estado disolver la Uni�n para desconocer las solicitudes del Presidente. Por qu� no la disuelven ellos mismos � la uni�n entre ellos y el Estado � y se niegan a pagar su cuota al Tesoro? No est�n ellos en la misma relaci�n con el Estado que �ste con la Uni�n? Y no son las mismas razones que han impedido al Estado oponerse a la Uni�n las que les impiden a ellos oponerse al Estado? �C�mo puede una persona estar satisfecha con s�lo mantener una opini�n y al mismo tiempo disfrutarlo? �Hay alguna satisfacci�n en ello, si su opini�n es la de que est� siendo agraviado? Si a usted lo enga�an as� sea en un solo d�lar, usted no queda satisfecho con saber que lo enga�aron, con decirlo, ni a�n con pedir que se le restituya lo que le pertenece; sino que usted se empe�a de manera efectiva en recuperar la suma completa y en ver que no se le vuelva a enga�ar jam�s. La acci�n por principio, la percepci�n y el desarrollo de lo correcto, cambian las cosas y las relaciones; es algo esencialmente revolucionario y no concuerda con nada de lo que fue. No solo dividi� Estados e Iglesias, divide a las familias; ay!, divide al individuo, separando en �l lo diab�lico de lo divino.

Existen leyes injustas: �debemos estar contentos de cumplirlas, trabajar para enmendarlas, y obedecerlas hasta cuando lo hayamos logrado, o debemos incumplirlas desde el principio? Las personas, bajo un gobierno como el actual, creen por lo general que deben esperar hasta haber convencido a la mayor�a para cambiarlas. Creen que si oponen resistencia, el remedio ser�a peor que la enfermedad. Pero es culpa del gobierno que el remedio sea peor que la enfermedad. Es �l quien lo hace peor. � Por qu� no est� m�s apto para prever y hacer una reforma? � Por qu� no valora a su minor�a sabia? �Por qu� grita y se resiste antes de ser herido? �Por qu� no estimula a sus ciudadanos a que analicen sus faltas y lo hagan mejor de lo que �l lo har�a con ellos? �Por qu� siempre crucifica a Cristo, excomulga a Cop�rnico y a Lutero y declara rebeldes a Washington y a Franklin? Uno pensar�a que una negaci�n deliberada y pr�ctica de su autoridad fue la �nica ofensa jam�s contemplada por su gobierno, o si no, por qu� no ha asignado un castigo definitivo, proporcionado y apropiado? Si un hombre que no tiene propiedad se niega s�lo una vez a rentar nueve chelines al Estado, es puesto en prisi�n por un t�rmino ilimitado por ley que yo conozca, y confinado a la discreci�n de aquellos que lo pusieron all�; pero si le roba noventa veces nueve chelines al Estado, es pronto puesto de nuevo en libertad.

Si la injusticia es parte de la fricci�n necesaria de la m�quina del gobierno, vaya y venga, tal vez la fricci�n se suavice � ciertamente la m�quina se desgasta. Si la injusticia tiene un resorte, una polea, un cable, una manivela exclusivamente para s�, quiz� usted pueda considerar si el remedio no es peor que la enfermedad; pero si es de tal naturaleza que le exige a usted ser el agente de injusticia para otro, entonces yo le digo, incumpla la ley. Deje que su vida sea la contra fricci�n que pare la m�quina. Lo que tengo que hacer es ver, de cualquier forma, que yo no me presto al mal que condeno. En cuanto a adoptar las maneras que el Estado ha entregado para remediar el mal, yo no s� nada de tales maneras. Toman mucho tiempo, y la vida se habr� acabado para entonces. Tengo otras cosas que hacer. Yo vine a este mundo no propiamente a convertirlo en un buen sitio para vivir, sino a vivir en �l, ya sea bueno o malo. Una persona no tiene que hacerlo todo, sino algo; y puesto que no puede hacerlo todo, no es necesario que ande haciendo peticiones al gobernador o al legislador m�s de lo que ellos me las tienen que hacer a m�. �Y si ellos no oyen mi petici�n, qu� tengo que hacer? En este caso el Estado no tiene respuesta: su propia Constituci�n es el mal. Esto puede parecer fuerte, terco y no conciliatorio, pero es tratar con la mayor amabilidad y consideraci�n al �nico esp�ritu que puede agradecerlo o merecerlo. As� que todo es cambio para mejorar, como el nacimiento y la muerte, que convulsionan el cuerpo. No dudo en afirmar que aquellos que se llaman abolicionistas deber�a retirar inmediatamente su apoyo personal y econ�mico al gobierno de Massachusetts, y no esperar a constituir una mayor�a de uno que les otorgue el derecho de prevalecer. Creo que es suficiente con tener a Dios de su lado, sin esperar a ese otro uno. M�s a�n, cualquier hombre m�s correcto que sus vecinos constituye de por s� una mayor�a de uno.

Yo me entrevisto con el gobierno americano, o su representante, el gobierno del Estado, directamente, cara a cara, una vez al a�o � nada m�s � en la persona de su recaudador de impuestos; esta es la �nica forma en la que una persona de mi posici�n puede encontrarse con ese Estado. Y entonces �l dice bien claro: Recon�zcame; y la manera m�s sencilla, la m�s efectiva, en el actual curso de los hechos, la manera indispensable de tratar con �l en su cara, de expresarle uno su poca satisfacci�n y poco amor por �l es negarlo. Mi vecino civil, el recaudador, es el hombre de carne y hueso con quien tengo que tratar � porque, despu�s de todo, es con hombres y no con papeles con quienes yo peleo, y �l ha escogido voluntariamente ser un agente del gobierno. �C�mo har� para saber bien lo que �l es y lo que tiene que hacer como funcionario del gobierno, o como hombre, cuando se vea obligado a considerar si a m� � su vecino - a quien respeta como buen vecino - me trata como tal, o como a un loco que altera la paz, e igualmente resolver c�mo puede sobreponerse a esa obstrucci�n a la buena voluntad, sin que lo asalten pensamientos m�s rudos y contundentes, o sin adoptar un vocabulario acorde con su acci�n? Yo s� lo s� muy bien: si mil, o cien o diez hombres � a quienes puedo nombrar � si s�lo diez hombres honestos � al�s! si un hombre HONESTO, en este Estado de Massachusetts, dejara de tener esclavos, realmente se retirara de esa cosociedad y fuera encerrado por ello en la c�rcel del Condado, eso ser�a la abolici�n de la esclavitud en Am�rica. Porque lo que importa no es qu� tan peque�o pueda ser el comienzo: lo que se hace una vez bien, se hace para siempre. Pero preferimos hablar de ello: a lo que digamos, reducimos nuestra misi�n. La reforma cuenta con muchos informes period�sticos a su servicio, pero ni con un solo hombre.

Si mi estimado vecino, el embajador del Estado, que dedicar� sus d�as a tratar el asunto de los derechos humanos en la C�mara del Consejo, en vez de ser amenazado con las prisiones de Carolina, fuera a sentarse como prisionero de Massachusetts, ese Estado que est� tan ansioso por endilgarle el pecado de la esclavitud a su hermana, aunque hasta el momento solo se ha basado en un acto de inhospitalidad para pelear con ella, no desestimar�a considerar el tema en la legislatura del pr�ximo invierno.

Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para un hombre justo est� en la c�rcel. El lugar apropiado hoy, el �nico sitio que Massachusetts ha provisto para sus esp�ritus m�s libres y menos desalentados est� en sus prisiones: est� en ser encerrados y excluidos del Estado por acci�n de �ste, as� como ellos mismos se han puesto fuera de �l, movidos por sus propios principios. Es all� donde los deben encontrar el esclavo fugitivo, el prisionero mejicano puesto en libertad bajo palabra y el indio que vino a interceder por las faltas imputadas a su raza. Es all�, en ese suelo separado, pero m�s libre y honorable, donde el Estado coloca a los que no est�n con �l, sino en su contra, donde el hombre libre puede habitar con honor. Si alguien piensa que su influjo se pierde all�, y que su voz ya no llega al o�do del Estado, que �l mismo no es visto como el enemigo dentro de sus muros, no sabe qu� tanto la verdad es m�s fuerte que el error, ni qu� tanto puede elocuente y efectivamente combatir la injusticia quien la ha experimentado en su propia persona. Deposite su voto completo, no s�lo una tira de papel, sino todo su influjo. Una minor�a es impotente, ni siquiera es una minor�a, mientras se amolde a las mayor�as; pero se vuelve insostenible cuando obstaculiza con todo su peso. Si la alternativa es mantener a todos los justos presos o renunciar a la esclavitud y la guerra, el Estado no dudar� en escoger. Si mil ciudadanos no pagaran sus impuestos este a�o, esa no ser�a una medida violenta y sangrienta, como s� lo ser�a pagarlos, habilitando al Estado para que ejerza violencia y derrame sangre inocente. Esta es, de hecho, la definici�n de una revoluci�n pac�fica, si es que tal revoluci�n es posible. Si el recaudador, o cualquier otro funcionario � como ya ha sucedido - me pregunta: �y entonces qu� hago? �, mi respuesta es: �si usted de verdad quiere hacer algo, renuncie al puesto�. Cuando el s�bdito se ha negado a someterse y el funcionario renuncia a su cargo, la revoluci�n se ha logrado. �Y no hay tambi�n derramamiento de sangre cuando se hiere la conciencia? Por esta sangre brotan la hombr�a y la inmortalidad de un ser humano y esa sangre fluye hacia una muerte eterna. Veo esa sangre fluyendo ahora.

Hasta ahora, he considerado el encarcelamiento del transgresor m�s que la confiscaci�n de sus bienes � aunque ambos sirven el mismo prop�sito � porque aquellos que se sostienen en la correcci�n m�s pura, y en consecuencia son m�s peligrosos para el Estado corrupto, generalmente no han dedicado mucho tiempo a acumular propiedades. A ellos, el Estado comparativamente les presta poco servicio, y un peque�o impuesto es costumbre que parezca exorbitante, particularmente si se les obliga a pagarlo con trabajo de sus propias manos. Si hubiese alguien que viviera completamente sin el uso del dinero, el Estado mismo dudar�a en exig�rselo. Pero el rico � sin hacer comparaciones odiosas � est� siempre vendido a la instituci�n que lo hace rico. En estricto sentido, a m�s dinero menos virtud, porque el dinero se interpone entre la persona y sus objetivos y los obtiene para �l; ciertamente, no fue gran virtud obtenerlo. El dinero pone de lado muchas preguntas que de otra manera la persona se ver�a obligada a responder, mientras que la nueva pregunta es dif�cil pero superflua: c�mo gastarlo! As�, le han quitado a la persona su piso moral. Las oportunidades de vivir se disminuyen en proporci�n al aumento de los llamados �medios de subsistencia�. Lo mejor que una persona puede hacer por su cultura cuando es rica, es realizar los esquemas que se propuso cuando era pobre. Cristo respond�a a los s�bditos de Her�des seg�n su condici�n. �Mostradme vuestro dinero del tributo�, les dec�a, y uno sac� un centavo del bolsillo, �si us�is dinero acu�ado con la imagen del C�sar, y que �l ha hecho corriente y valioso, es decir, sois un hombre del Estado y disfrut�is a gusto de las ventajas del gobierno del C�sar, entonces retribuid con algo de lo que le pertenece cuando �l os lo pide. Dad al C�sar lo que es del C�sar y a Dios lo que es de Dios�, y no los dejaba m�s sabios en cuanto cu�l era para cu�l, porque ellos no quer�an saber.

Cuando yo converso con el m�s libre de mis vecinos, me doy cuenta de que cualquier cosa que mi interlocutor diga sobre la magnitud y seriedad de un asunto, lo mismo que su preocupaci�n por la tranquilidad p�blica, me la presenta sujeta a la protecci�n del Gobierno vigente y m�s bien se espanta de las consecuencias que la desobediencia les pueda acarrear a su propiedad y a sus familias. Por mi parte, no quiero ni pensar que alguna vez dependa de la protecci�n del Estado. Pero si yo niego la autoridad del Estado cuando �ste me presenta la cuenta de los impuestos, pronto se llevar�n y gastar�n mis propiedades y me acosar�n a m� y a mis hijos indefinidamente. Esto es doloroso. Esto hace imposible a la persona vivir honestamente y al tiempo con comodidad en lo que a exterioridades respecta. No vale la pena acumular propiedades que de seguro se volver�n a ir. Hay que alquilar o invadir cualquier predio, cultivar una peque�a cosecha y com�rsela pronto. Hay que vivir dentro de s� mismo y depender de uno mismo, siempre arremangado y listo a arrancar, sin tener muchos asuntos pendientes. Un hombre puede volverse rico en Turqu�a, si es en todo aspecto un buen s�bdito del gobierno turco. Confucio dijo: �Si un Estado es gobernado por los principios de la raz�n, la pobreza y la miseria son objeto de verg�enza; si el Estado no es gobernado por los principios de la raz�n, la riqueza y los honores son objeto de verg�enza�. No: hasta cuando se me extienda la protecci�n de Massachusetts hasta un puerto en el Sur, donde mi libertad est� en peligro, o hasta cuando me dedique a aumentar mi patrimonio aqu� con industriosidad pac�fica, me puedo dar el lujo de rehusar la sumisi�n a Massachusetts, y a su derecho sobre mi propiedad y mi vida. En todo caso, me sale m�s barato sufrir el castigo por desobediencia al Estado que obedecer. Me sentir�a que yo mismo valdr�a menos.

Hace unos a�os, el Estado me llam� a favor de la Iglesia y me conmin� a pagar una suma para el mantenimiento de un cl�rigo, cuyos sermones mi padre escuchaba, pero yo no. �Pague�, se me dijo, �o ser� encerrado en la c�rcel�. Yo me negu� a pagar. Desagraciadamente, otra persona consider� apropiado hacerlo por m�. Yo no entend�a por qu� el maestro de escuela ten�a que pagar impuesto para sostener al cura, y no el cura para sostener al maestro, as� yo no fuera maestro del Estado, sino que me sosten�a por suscripci�n propia. Yo no ve�a por qu� el Liceo no pod�a presentar su cuenta de impuestos y hacer que el Estado respaldara su petici�n lo mismo que la de la Iglesia. Sin embargo, a petici�n de los Concejales, fui condescendiente como para hacer la siguiente declaraci�n por escrito: �S�rvanse enterarse de que yo, Henry Thoreau, no deseo ser considerado miembro de ninguna sociedad a la cual yo mismo no me haya unido�. El Estado, habi�ndose enterado de que yo no quer�a ser considerado miembro de esa iglesia, nunca me ha vuelto a hacer tal exigencia, aunque dec�a que ten�a que acogerse a su presunci�n en ese momento. Si hubiese sabido los nombres, me habr�a retirado de todas las sociedades a las que nunca me inscrib�, pero no supe d�nde encontrar la lista completa.

Hace seis a�os que no pago el impuesto de empadronamiento. Me apresaron una vez por eso, por una noche. Y mientras meditaba sobre el grosor de los muros de piedra, de dos o tres pies de ancho, de la puerta de madera y hierro de un pie de espesor, y de las rejas de hierro por las que se colaba la luz, no pude evitar aterrarme de la tonter�a de aquella instituci�n que me trataba como si yo no fuera m�s sino carne, sangre y huesos que encerrar. Conclu� finalmente que �sta era la mayor utilidad que el Estado pod�a sacar de m� y que nunca pens� en beneficiarse de alguna manera con mis servicios. Pens� que si hab�a un muro de piedra entre mis conciudadanos y yo, hab�a uno mucho m�s dif�cil de trepar o atravesar antes de que ellos pudieran llegar a ser tan libres como yo. Nunca me sent� encerrado, y los muros semejaban un gran desperdicio de piedra y argamasa. Sent� que yo era el �nico de mis conciudadanos que hab�a pagado el impuesto. Ciertamente no sab�an c�mo tratarme; pero se comportaban como tipos maleducados. En cada amenaza y en cada lisonja se pifiaban, porque cre�an que lo que yo m�s quer�a era estar del otro lado del muro. Yo no pod�a sino sonre�r de ver con qu� laboriosidad cerraban la puerta a mis meditaciones, lo que los dejaba de nuevo sin oposici�n ni obst�culo, y esas meditaciones eran realmente lo �nico peligroso que all� hab�a. Como no me pod�an atrapar, resolvieron castigar mi cuerpo, como ni�os, que si no pueden llegar a la persona a la que tienen tirria, le maltratan el perro. Observ� que el Estado era ingenioso s�lo a medias, que era t�mido. Como una viuda en medio de su plater�a, y que no diferenciaba sus amigos de sus enemigos, y as� perd� lo que me quedaba de respeto por �l y le tuve l�stima.

El Estado, pues, nunca confronta a conciencia la raz�n de una persona, intelectual o moralmente, sino s�lo su cuerpo, sus sentidos. No est� equipado con un ingenio superior o una honestidad superior, sino con fuerza superior. Yo no nac� para ser forzado. Respiro a mi manera. Ya veremos quien es el m�s fuerte. �Qu� fuerza tiene una multitud? S�lo me pueden forzar los que obedecen una ley m�s alta que yo. Quieren forzarme a que me vuelva como ellos. No escucho a quienes han sido forzados por las masas a vivir as� o as�. �Qu� vida es �sa? Cuando un gobierno me dice, �la bolsa o la vida�, por qu� tengo que correr a darle mi plata? Pueden estar en apuros y no saber qu� hacer: lo siento mucho. Ellos ver�n qu� hacen. Que hagan como yo. No vale la pena lloriquear por eso. Yo no soy responsable de que la maquinaria de la sociedad funcione. No soy hijo del ingeniero. S�lo veo que cuando una bellota y una casta�a caen juntas, la una no se queda inerte para hacerle campo a la otra, ambas obedecen sus propias leyes y germinan y crecen y florecen lo mejor que pueden, hasta que una, quiz�s, eclipsa y destruye a la otra. Si una planta no puede vivir de acuerdo a la naturaleza, se muere; lo mismo el hombre.

La noche en la prisi�n fue novedosa e interesante. Cuando entr�, los prisioneros, en mangas de camisa, gozaban de una charla y del aire de la noche. Pero el carcelero dijo: �Vamos muchachos, es hora de encerrarlos�, entonces se dispersaron, y o� el ruido de sus pasos de regreso a la vacuidad de sus compartimentos. El carcelero me present� a mi compa�ero como �un tipo de primera y un hombre inteligente�. Cuando cerraron la puerta, me indic� d�nde colgar mi sombrero y me cont� c�mo arreglaba sus asuntos all�. Los cuartos eran blanqueados una vez al mes, y �ste, al menos, era el m�s blanco; el amoblado de forma muy sencilla y seguramente el m�s pulcro del pueblo. Naturalmente quer�a saber de d�nde ven�a yo, qu� me hab�a tra�do. Cuando le hube contado, yo tambi�n le pregunt� por qu� estaba all�, bajo la presunci�n de que era un hombre honesto, y claro que lo era. �Bien�, dijo, �me acusan de quemar un granero, pero nunca lo hice�. Por lo que pude descubrir, �l probablemente se hab�a acostado borracho, fumando pipa, y el granero se incendi�. Gozaba de la reputaci�n de ser inteligente; hab�a estado all� cerca de tres meses esperando el juicio, y tendr�a que esperar otro tanto, pero estaba domesticado y contento, puesto que recib�a alimentaci�n gratis y se consideraba bien tratado. �l miraba por una ventana y yo por la otra. Observ� que si uno se quedaba all� por largo tiempo su actividad central se reduc�a a mirar por la ventana. Pronto le� todas las huellas que all� quedaban y examin� por donde se hab�an escapado los antiguos prisioneros, donde hab�an segueteado una reja y o� la historia de varios inquilinos de aquella celda; descubr� que a�n all� hab�a historias y habladur�as que nunca circulaban m�s all� de los muros de la prisi�n. Seguramente �sta es la �nica casa del pueblo donde se escriben versos, que luego se imprimen en hojas que no se publican. Pude ver una larga lista de j�venes que hab�an intentado escapar, quienes se vengaron cantando sus versos.

Yo le sonsaqu� a mi compa�ero todo lo que pude, movido por el temor de no volver a verlo; luego me indic� cu�l era mi cama y me dej� apagar la vela.

Tendido all� por una noche fue como viajar a un pa�s remoto que nunca hab�a esperado visitar. Me pareci� que no hab�a escuchado antes el llamado de las campanas del reloj del pueblo ni el sonido nocturno de la aldea, puesto que dorm�amos con las ventanas abiertas, que daban a la parte interna de las rejas. Fue ver mi pueblo natal a la luz del Medioevo y nuestro Concord convertido en un Rin, que pasaba con sus caballos y castillos. O� las voces de antiguos burgueses por las calles. Fui el espectador y oyente involuntario de todo lo dicho y hecho en la posada vecina: una nueva y extra�a experiencia. Fue una visi�n m�s cercana de mi pueblo. Me met� dentro. Nunca antes hab�a visto sus instituciones. �sta es una de sus instituciones caracter�sticas porque �ste es un Condado. Empec� a comprender lo que son sus habitantes.

Por la ma�ana, nos pasaron el desayuno por un hueco de la puerta por donde cab�an jarros de lata y una cuchara met�lica. Cuando vinieron por los platos, fui tan biso�o como para devolver el pan que hab�a dejado, pero mi camarada lo agarr� y dijo que deb�a reservarlo para el almuerzo o la comida. Pronto lo dejaron salir a segar heno en un campo vecino, a donde iba todos los d�as sin regresar hasta el medio d�a; as� que me dijo adi�s y que dudaba de que me volviera a ver.

Cuando sal� de prisi�n � porque alguien se atraves� y pag� el impuesto � no percib� que hubiera habido grandes cambios en el exterior, como los que encuentra el que entra joven y sale viejo; y sin embargo, un cambio se present� ante mis ojos � el pueblo, el Estado, el pa�s eran m�s grandes de lo que el mero tiempo pod�a afectarlos. Vi m�s claro el Estado en el que viv�a. Vi hasta qu� punto se pod�a tener como buenos amigos y vecinos a las personas entre quienes hab�a vivido. Su amistad era ante todo para los buenos tiempos. Vi que b�sicamente no se propon�an hacer el bien, que eran de otra raza distinta a la m�a por sus prejuicios y supersticiones . Como los chinos y los malayos, que en sus sacrificios por la humanidad no se arriesgan ni siquiera en sus propiedades. Vi que, despu�s de todo, no eran tan nobles, sino que trataban al ladr�n como �ste los hab�a tratado, y confiaban que por cierto cumplimiento externo y algunas oraciones, y por seguir una senda particularmente derecha e in�til salvar�an sus almas. Puede que esto sea juzgarlos un tanto duro, pero muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que en su pueblo exista una instituci�n como la c�rcel.

Una antigua costumbre del pueblo, cuando el deudor pobre sal�a de la c�rcel, era ir a saludarlo, mir�ndolo por entre los dedos, que representaban los barrotes de la c�rcel; ��C�mo le va?�. Mis vecinos no me dieron ese saludo; s�lo me miraban y luego se miraban, como si yo hubiera vuelto de un largo viaje. A m� me tomaron prisionero mientras iba donde el zapatero a recoger un zapato remontado. Cuando me soltaron por la ma�ana proced� a terminar el mandado y despu�s de ponerme el zapato me un� a un grupo de recogedores de ar�ndano, que se mostraron impacientes por ponerse bajo mi conducci�n. El caballo pronto fue bien cargado y en media hora estuvimos en medio de un campo de ar�ndanos en lo alto de una colina, a dos millas de distancia, y el Estado ya no se ve�a por ninguna parte.

Esta es la historia completa de �Mis Prisiones�.

Nunca me he negado a pagar el impuesto de rodamiento, porque quiero ser tan buen vecino como mal s�bdito, y en cuanto a subvencionar escuelas, aqu� estoy dando mi contribuci�n para educar a mis compatriotas. No es por un punto en especial de la cuenta de impuestos que me niego a pagarla. Simplemente deseo rehusar la sumisi�n al Estado, retirarme y permanecer retirado de manera efectiva. No me interesa seguirle la pista a mi d�lar, si puedo, hasta que ese d�lar le compre un rifle a un hombre para que le dispare a otro � el d�lar es inocente � pero s� me interesa seguirle la pista a los efectos de mi sumisi�n.

De hecho, le declaro la guerra al Estado, a mi manera, aunque lo utilice y me aproveche de �l en cuanto pueda, como es usual en tales casos.

Si otros, por simpat�a con el Estado, pagan el impuesto que a m� me piden, hacen lo mismo que cuando pagaron el suyo, es decir, apoyan la injusticia m�s de lo que el Estado les exige. Si pagan el impuesto por una solidaridad equivocada con la persona a la que se le ha cobrado, para salvarle sus propiedades o evitarle que termine en la c�rcel, es porque no han medido con inteligencia hasta d�nde dejan interferir sus sentimientos personales con el bien p�blico.

Esta es mi posici�n en el momento. Pero uno no puede estar demasiado a la defensiva en este caso, no sea que sus acciones se parcialicen por la obstinaci�n o la demasiada preocupaci�n por la opini�n de los dem�s. Hay que dejar a cada quien hacer s�lo lo que le pertenece a �l y a su momento.

A vece me digo, bueno, esta gente es bien intencionada, s�lo son ignorantes, obrar�an mejor si supieran c�mo: Por qu� poner a los vecinos en la dificultad de tratarlo a uno en una forma en que no est�n inclinados a hacerlo? Pero recapacito: esa no es raz�n para que yo act�e como ellos o permita que otros sufran un dolor mayor y diferente. Y luego, vuelvo y me digo, cuando millones de hombres, sin agresividad, sin mala intenci�n, sin sentimientos personales de ning�n tipo, piden solo unas monedas, sin la posibilidad, tal es su manera de ser, de retractarse o alterar su exigencia, y sin la posibilidad, por parte de quien recibe la petici�n, de apelar a otros millones de personas, por qu� exponerse a esta fuerza bruta sobrecogedora? No nos oponemos al fr�o y al hambre, a los vientos y a las olas con tanta obstinaci�n. Nos entregamos sumisos a mil necesidades similares. Usted no pone las manos al fuego. Pero tambi�n en la medida en que yo no veo esto como una fuerza bruta total sino como una fuerza humana en parte, y considero que yo tengo que ver con esos millones como lo tengo con millones de hombres, y no como brutos o cosas inanimadas, veo que esa apelaci�n es posible, en primer lugar y de forma instant�nea, de ellos a su Creador y, en segundo lugar, de ellos a s� mismos. Pero si deliberadamente pongo las manos al fuego, no hay apelaci�n al fuego, ni al Creador del fuego, y s�lo yo tengo que culparme por ello. Si pudiera convencerme de que tengo alg�n derecho a estar satisfecho con los hombres como son, y tratarlos de acuerdo a eso, y no seg�n mis expectativas y exigencias de lo que ellos y yo debemos ser, entonces, como un musulm�n y fatalista, trabajar�a por conformarme con las cosas tal y como est�n, y con decir que eso es la voluntad de Dios. Y, sobre todo, est� la diferencia entre oponerse a esto o a una fuerza bruta y natural, y es que yo puedo oponerme a esto con alg�n efecto, pero no puedo esperar como Orfeo cambiar la naturaleza de las rocas, los �rboles o las bestias.

No deseo pelear con ning�n hombre o naci�n. No quiero pararme en pelos, hacer diferencias sutiles, o creerme mejor que los dem�s. Hasta busco, podr�a decir, casi una excusa para ajustarme a las leyes de la tierra. Estoy m�s que listo para amoldarme a ellas. Ciertamente tengo razones para catalogarme de este modo; y cada a�o, cuando el recaudador llega, estoy dispuesto a revisar las actas y la posici�n de los gobiernos nacional y federal, y el esp�ritu de la gente para aceptar el conformismo.

�Tenemos que querer a nuestro pa�s como a nuestros padres. Debemos respetar los efectos y ense�ar al alma asuntos de conciencia y religi�n, y no el deseo de dominio o beneficio�.
Creo que el Estado pronto podr� quitarme esta carga de encima y entonces ya no ser� mejor patriota que mis conciudadanos. Vista desde un mirador m�s bajo, la Constituci�n, con todas sus faltas, es muy buena; la ley y las Cortes muy respetables; a�n este Estado y este gobierno americano son, en muchos aspectos admirables; y hay algunas cosas, que tantos otros han descrito, por las que agradecer; pero analizadas desde una perspectiva superior y a�n desde la m�s alta, �qui�n dice lo que son o que vale la pena considerarlas o siquiera pensarlas?
Con todo, el gobierno no me preocupa mucho, y pienso en �l lo menos que puedo. No es mucho el tiempo que vivo bajo el gobierno, a�n en este mundo. Si un hombre piensa libremente, sue�a, imagina libremente, nunca estar� por mucho tiempo de acuerdo con lo que no es como con lo que es, as� que no puede ser interrumpido por gobernantes o reformadores obtusos.

S� que muchas personas no piensan como yo, pero aquellos cuyas vidas, por obra de su profesi�n, est�n dedicadas al estudio de materias afines no me satisfacen casi en nada. Estadistas y legisladores, que est�n siempre de acuerdo dentro de la instituci�n, nunca la ven clara y desnuda. Hablan de la sociedad en movimiento, pero no tienen lugar de descanso sin ella. Pueden ser hombres de cierta experiencia y discernimiento, y sin duda han inventado sistemas ingeniosos y �tiles, que les agradecemos, pero todo su ingenio y utilidad reposa en l�mites estrechos. Olvidan que el mundo no est� gobernado por los programas y la ventaja personal. Webster nunca se le enfrenta al gobierno, as� que no puede hablar de �l con autoridad. Sus palabras son sabidur�a para aquellos legisladores que no contemplan reformas esenciales en el gobierno actual; pero para los pensadores y para aquellos que legislan para todo tiempo, Webster no acierta una. Conozco a aquellos cuya serena y sabia especulaci�n sobre este tema pronto les har� ver la estrechez del pensamiento y el pupilaje de Webster.

Con todo, comparado con los ordinarios alcances de muchos reformadores, y la a�n m�s ordinaria sabidur�a y elocuencia de los pol�ticos en general, las de Webster son las casi �nicas palabras razonables y valiosas, y le agradecemos al Cielo por �l. Comparativamente, es siempre fuerte, original y sobre todo, pr�ctico. Sin embargo, su cualidad no es la sabidur�a sino la prudencia. La verdad de los abogados no es la Verdad, sino la consistencia o una conveniencia consistente. La Verdad est� siempre en armon�a consigo misma y no est� interesada en revelar la justicia que pueda concordar con el mal obrar. Webster merece ser llamado, como lo ha sido, el Defensor de la Constituci�n. No se le pueden dar otros golpes distintos a los defensivos. No es un l�der sino un seguidor. Sus l�deres son los hombres de 1787. �Yo nunca he hecho un esfuerzo�, dice, �y nunca propongo hacer un esfuerzo, nunca he apoyado un esfuerzo y no tengo intenci�n de apoyarlo para interferir el acuerdo inicial por el cual los diversos estados formaron la Uni�n�, y respecto de la aprobaci�n que la Constituci�n otorg� a la esclavitud: �Puesto que era parte del paquete inicial...d�jenla ah�. A pesar de su agudeza y capacidad, Webster es incapaz de aislar un hecho de sus meras relaciones pol�ticas, y verlo como se le presenta al intelecto � por ejemplo, qu� incumbe a un hombre hacer aqu� en Am�rica hoy respecto de la esclavitud � sino que se aventura, o es llevado a dar una respuesta desesperada a lo siguiente, pretendiendo hablar de forma absoluta y como individuo particular � de lo cual qu� nuevo y singular se puede sacar a favor de la obligaci�n social? �La forma�, dice, � como los gobiernos de los Estados donde existe la esclavitud la regulen, est� a su propia consideraci�n, bajo la responsabilidad de sus constituyentes, seg�n las leyes generales de la propiedad, humanidad y justicia y seg�n Dios. Las asociaciones formadas en otra parte, salidas de sentimientos humanitarios, o por cualquier otra causa, no tienen nada que ver con ello. Nunca han recibido motivaci�n de parte m�a, y nunca la tendr�n.� (Estos apartes han sido insertados, puesto que la conferencia fue le�da. H.D.T.)

Aquellos que no conocen una fuente m�s pura de verdad, que no han buscado el manantial m�s arriba, se apoyan, y lo hacen sabiamente, en la Biblia y en la Constituci�n, y beben de ellas con reverencia y humanidad; pero aquellos que observan de donde esa verdad vierte gota a gota a este lago o a aquel estanque se amarran los calzones y siguen su peregrinaje hacia el nacedero.

No ha aparecido en Am�rica el genio legislador. Son raros en la historia del mundo. Hay oradores, pol�ticos, y hombres elocuentes por miles; pero a�n no ha abierto la boca el que tiene que formular las preguntas m�s molestas. Nos gusta la elocuencia en s� misma y no por la verdad que contenga o por cualquier acto heroico que inspire. Nuestros legisladores no han aprendido todav�a el valor comparativo del libre cambio y la libertad, la uni�n y la rectitud hacia la naci�n. No tienen genio ni talento para hacerse preguntas humildes sobre impuestos y finanzas, comercio, manufactura y agricultura. Si se nos dejara s�lo a la ingeniosa oratoria de nuestros legisladores del Congreso para guiarnos, sin la correcci�n de la experiencia niveladora y las quejas efectivas del pueblo, Am�rica no podr�a mantener su rango entre las naciones. Mil ochocientos a�os, aunque quiz�s yo no tenga derecho a decirlo, lleva escrito el Nuevo Testamento; y sin embargo, d�nde est� el legislador que tiene la sabidur�a y el talento pr�ctico para valerse de la luz que aquel irradia sobre la ciencia de la legislaci�n.

La autoridad del gobierno � porque yo gustosamente obedecer� a aquellos que pueden actuar mejor que yo, y en muchas cosas hasta a aquellos que ni saben ni pueden actuar tan bien � es una autoridad impura: porque para ser estrictamente justa tiene que ser aprobada por el gobernado. No puede tener derecho absoluto sobre mi persona y propiedad sino en cuanto yo se lo conceda. El paso de la monarqu�a absoluta a una limitada, de la monarqu�a limitada a la democracia, es el progreso hacia el verdadero respeto al individuo. Hasta el fil�sofo chino fue lo suficientemente sabio para ver en el individuo la base del imperio. �Es la democracia que conocemos la �ltima mejora posible de gobierno? �No es posible adelantar un paso en el reconocimiento y la organizaci�n de los derechos del hombre? Jam�s existir� un Estado realmente libre e iluminado hasta cuando ese Estado reconozca al individuo como un poder m�s alto e independiente, del cual se deriva su propio poder y autoridad y lo trate de acuerdo a ello. Me complace imaginar un Estado que finalmente pueda darse el lujo de ser justo con todos, y que trate al individuo con respecto; m�s a�n, que no llegue a pensar que es inconsistente con su propia tranquilidad si unos cuantos viven separados de �l, no mezcl�ndose con �l, sin abrazarlo, pero cumpliendo con su obligaci�n de vecinos y compa�eros. Un Estado que produjera este fruto y lo entregase tan pronto estuviese maduro abrir�a el camino para otro Estado, a�n m�s perfecto y glorioso, que yo he so�ado tambi�n, pero que a�n no he visto por ninguna parte.

Traducido por Hernando Jim�nez de la copia en ingl�s realizada por Sameer Parekh � [email protected] � 1-12-91

 

 

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