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12:25 p.m. - 2006-02-16
Chacales y �rabes
Franz Kakfa
Checoslovaquia: 1883-1924

Acamp�bamos en el oasis. Los viajeros dorm�an. Un �rabe, alto y blanco, pas� adelante; ya hab�a alimentado a los camellos y se dirig�a a acostarse.

Me tir� de espaldas sobre la hierba; quer�a dormir; no pude conciliar el sue�o; el aullido de un chacal a lo lejos me lo imped�a; entonces me sent�. Y lo que hab�a estado tan lejos, de pronto estuvo cerca. El gru�ido de los chacales me rode�; ojos dorados descoloridos que se encend�an y se apagaban; cuerpos esbeltos que se mov�an �gilmente y en cadencia como bajo un l�tigo.

Un chacal se me acerc� por detr�s, pas� bajo mi brazo y se apret� contra m� como si buscara mi calor, luego me encar� y dijo, sus ojos casi en los m�os:

-Soy el chacal m�s viejo de toda la regi�n. Me siento feliz de poder saludarte aqu� todav�a. Ya casi hab�a abandonado la esperanza, porque te esper�bamos desde la eternidad; mi madre te esperaba, y su madre, y todas las madres hasta llegar a la madre de todos los chacales. �Cr�elo!

-Me asombra -dije olvidando alimentar el fuego cuyo humo deb�a mantener lejos a los chacales-, me asombra mucho lo que dices. S�lo por casualidad vengo del lejano Norte en un viaje muy corto. �Qu� quieren de m�, chacales?

Y como envalentonados por este discurso quiz� demasiado amistoso, los chacales estrecharon el c�rculo a mi alrededor; todos respiraban con golpes cortos y bufaban.

-Sabemos -empez� el m�s viejo- que vienes del Norte; en esto precisamente fundamos nuestra esperanza. All� se encuentra la inteligencia que aqu� entre los �rabes falta. De este fr�o orgullo, sabes, no brota ninguna chispa de inteligencia. Matan a los animales, para devorarlos, y desprecian la carro�a.

-No hables tan fuerte -le dije-, los �rabes est�n durmiendo cerca de aqu�.

-Eres en verdad un extranjero -dijo el chacal-, de lo contrario sabr�as que jam�s, en toda la historia del mundo, ning�n chacal ha temido a un �rabe. �Por qu� deber�amos tenerles miedo? �Acaso no es un desgracia suficiente el vivir repudiados en medio de semejante pueblo?

-Es posible -contest�-, puede ser, pero no me permito juzgar cosas que conozco tan poco; debe tratarse de una querella muy antigua, de algo que se lleva en la sangre, entonces concluir� quiz� solamente con sangre.

-Eres muy listo -dijo el viejo chacal; y todos empezaron a respirar a�n m�s r�pido, jadeantes los pulmones a pesar de estar quietos; un olor amargo que a veces s�lo apretando los dientes pod�a tolerarse sal�a de sus fauces abiertas-, eres muy listo; lo que dices se corresponde con nuestra antigua doctrina. Tomaremos entonces la sangre de ellos, y la querella habr� terminado.

-�Oh! -exclam� m�s brutalmente de lo que hubiera querido- se defender�n, los abatir�n en masa con sus escopetas.

-Has entendido mal -dijo-, seg�n la manera de los hombres que ni siquiera en el lejano Norte se pierde. Nosotros no los mataremos. El Nilo no tendr�a bastante agua para purificarnos. A la simple vista de sus cuerpos con vida escapamos hacia aires m�s puros, al desierto, que por esta raz�n se ha vuelto nuestra patria.

Y todos los chacales en torno, a los cuales entre tanto se hab�an agregado muchos otros venidos de m�s lejos, hundieron la cabeza entre las extremidades anteriores y se la frotaron con las patas; habr�ase dicho que quer�an ocultar una repugnancia tan terrible que yo, de buena gana, con un gran salto hubiese huido del cerco.

-�Qu� piensan hacer entonces? -les pregunt� al tiempo que quer�a incorporarme, pero no pude; dos j�venes bestias hab�an mordido la espalda de mi chaqueta y de mi camisa; deb� permanecer sentado.

-Llevan la cola de tus ropas -dijo el viejo chacal aclarando en tono serio-, como prueba de respeto.

-�Que me suelten! -grit�, dirigi�ndome ya al viejo, ya a los m�s j�venes.

-Te soltar�n, naturalmente -dijo el viejo-, si t� lo exiges. Pero debes esperar un ratito, porque siguiendo la costumbre han mordido muy hondo y s�lo lentamente pueden abrir las mand�bulas. Mientras tanto escucha nuestro ruego.

-No dir� que el comportamiento de ustedes me ha predispuesto a ello -contest�.

-No nos hagas pagar nuestra torpeza -dijo, empleando en su ayuda por primera vez el tono lastimero de su voz natural-, somos pobres animales, s�lo poseemos nuestra dentadura; para todo lo que queramos hacer, bueno o malo, contamos �nicamente con los dientes.

-�Qu� quieres entonces? -pregunt� algo aplacado.

-Se�or -grit�, y todos los chacales aullaron; a lo lejos me pareci� como una melod�a-. Se�or, t� debes poner fin a la querella que divide el mundo. Tal cual eres, nuestros antepasados te han descrito como el que lo lograr�. Es necesario que obtengamos la paz con los �rabes; un aire respirable; el horizonte completo limpio de ellos; nunca m�s el lamento de los carneros que el �rabe deg�ella; todos los animales deben reventar en paz; es preciso que nosotros los vaciemos de su sangre y que limpiemos hasta sus huesos. Limpieza, solamente limpieza queremos -y ahora todos lloraban y sollozaban-, �c�mo �nicamente t� en el mundo puedes soportarlos, t�, de noble coraz�n y dulces entra�as? Inmundicia es su blancura; inmundicia es su negrura; y horrorosas son sus barbas; ganas da de escupir viendo las comisuras de sus ojos; y cuando alzan los brazos en sus sobacos se abre el infierno. Por eso, oh se�or, por eso, oh querido se�or, con la ayuda de tus manos todopoderosas, con la ayuda de tus todopoderosas manos, �c�rtales el pescuezo con esta tijera! -Y, a una sacudida de su cabeza, apareci� un chacal que tra�a en uno de sus colmillos una peque�a tijera de sastre cubierta de viejas manchas de herrumbre.

-�Ah, finalmente apareci� la tijera, y ahora basta! -grit� el jefe �rabe de nuestra caravana, que se nos hab�a acercado contra el viento y que ahora agitaba su gigantesco l�tigo. Todos escaparon r�pidamente, pero a cierta distancia se detuvieron, estrechamente acurrucados unos contra otros, tan estrecha y r�gidamente los numerosos animales, que se los ve�a como un apretado redil rodeado de fuegos fatuos.

-As� que t� tambi�n, se�or, has visto y o�do este espect�culo -dijo el �rabe riendo tan alegremente como la reserva de su tribu lo permit�a.

-�Sabes entonces qu� quieren los animales? -pregunt�.

-Naturalmente, se�or -dijo-, todos lo saben; desde que existen los �rabes esta tijera vaga por el desierto, y viajar� con nosotros hasta el fin de los tiempos. A todo europeo que pasa le es ofrecida la tijera para la gran obra; cada europeo es precisamente el que les parece el predestinado. Estos animales tienen una esperanza insensata; est�n locos, locos de verdad. Por esta raz�n los queremos; son nuestros perros; m�s lindos que los de ustedes. Mira, revent� un camello esta noche, he dispuesto que lo traigan aqu�.

Cuatro portadores llegaron y arrojaron el pesado cad�ver delante de nosotros. Apenas tendido en el suelo, ya los chacales alzaron sus voces. Como irresistiblemente atra�do por hilos, cada uno se acerc�, arrastrando el vientre en la tierra, inseguro. Se hab�an olvidado de los �rabes, hab�an olvidado el odio; la obliteradora presencia del cad�ver reciamente exudante los hechizaba. Ya uno de ellos se colgaba del cuello y con el primer mordisco encontraba la arteria. Como una peque�a bomba rabiosa que quiere apagar a cualquier precio y al mismo tiempo sin �xito un prepotente incendio, cada m�sculo de su cuerpo zamarreaba y palpitaba en su puesto. Y ya todos se apilaban en igual trabajo, formando como una monta�a encima del cad�ver.

En aquel momento el jefe restall� el severo l�tigo a diestra y siniestra. Los chacales alzaron la cabeza, a medias entre la borrachera y el desfallecimiento, vieron a los �rabes ante ellos, sintieron el l�tigo en el hocico, dieron un salto atr�s y corrieron un trecho a reculones. Pero la sangre del camello formaba ya un charco, humeaba a lo alto, en muchos lugares el cuerpo estaba desgarrado. No pudieron resistir; otra vez estuvieron all�; otra vez el jefe alz� el l�tigo; yo retuve su brazo.

-Tienes raz�n, se�or -dijo-, dej�moslos en su oficio; por otra parte es tiempo de partir. Ya los has visto. Prodigiosos animales, �no es cierto? �Y c�mo nos odian!

 

 

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