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10:37 p.m. - 2008-08-01
Batman: el caballero de la noche
Batman
de Jos� Carlos Becerra

Recomenzando siempre el mismo discurso,
el escurrimiento sesgado del discurso, el lenguaje para distraer al silencio;
la persecuci�n, la prosecuci�n y el desenlace esperado por todos.
Aguardando siempre la misma se�al,
el aviso del amor, de peligro, de como quieran llamarle.
(Quiero decir ese gran reflector encendido de pronto�)

La noche enrojeciendo, la situaci�n previa y el pacto previo enrojeciendo,
durante la sospecha de la gran visita, mientras las costras sagradas se desprenden
del cuerpo antiqu�simo de la resurrecci�n.

Quiero decir
el gran experimento.
busc�ndole a Dios en las costillas la teor�a de la costilla faltante,
y perdiendo siempre la cuenta de esos huesos
porque las luces eternamente se apagan de pronto, mientras volvemos a insistir en hablar a trav�s de ese corto circuito,
de esa saliva interrumpida a lo largo de aquello que llamamos el cuerpo de Dios, el deseo de luz encendida.

Llamando, llamando, llamando.
Llamando desde el radio port�til oculto en cualquier parte,
llamando al sue�o con m�todos ciertamente sofocantes, con artificios in�tilmente reales,
con sentimientos cuidadosa y desesperadamente elegidos,
con argumentos despellejados por el acometimiento que no se produce.
Palabras enchufadas con la corriente el�ctrica del vac�o, con el cable de alta tensi�n del delirio.
(Acertijos empa�ados por el aliento de ciertas frases, de ciertos discursos acerca del infinito.)

Recomenzando, pues, el mismo discurso,
recomenzando la misma conjetura,
el Cl�sico desperfecto en mitad de la carretera,
el Divinal autom�vil con las llantas ponchadas
entorpeciendo el tr�fico de las l�grimas y de los muertos, que transitan Cl�sicamente en sentidos contrarios.
Recomenzando, pues, la misma interrupci�n,
La pedorreta hist�rica de las llantas ponchadas,
el sofisma de cada resurrecci�n,
el ancla oxidada de cada abrazo,
el movimiento desde adentro del deseo y el movimiento desde afuera de la palabra, como dos gemelos que no se ponen de acuerdo para nacer,
como dos enfermeros que no se coordinan para levantar al mismo tiempo el cuerpo del trapecista herido.

(Aqu� el ingenio de la frase ganguea al advertir de pronto su sombrero de copa de ilusionista;
ese jab�n perfumado por la literatura con el cual nos lavamos las partes irreales del cuerpo,
o sea el radio de acci�n de lo que llamamos el alma,
las v�sceras sin clave precisa, los actos sin clave precisa,
la danza de los siete velos velada por la transparencia del dilema;
y por la noche, antes de acostarse,
la dentadura postiza en el vaso de agua,
la herida postiza en el vaso de agua, el deseo postizo en el vaso de agua.)

La se�al... la se�al... la se�al...

As� sonr�es sin embargo, confiando otra vez en tu discurso,
mir�ndote pasar en tus estatuas,
flotando nuevamente en tus palabras.
La se�al, la se�al, la se�al.
Y entretanto paseas por tu habitaci�n.
S�, est�s aguardando tan s�lo el aviso,
ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle,
ese gran reflector encendido de pronto en la noche.

Y entretanto miras tu capa,
contemplas tu traje y tu destreza cuidadosamente doblados sobre la silla, hechos especialmente para ti,
para cuando la luz de ese gran reflector pidiendo tu ayuda, aparezca en el cielo nocturno,
solicitando tu presencia salvadora en el sitio del amor
o en el sitio del crimen.
Solicitando tu alimentaci�n triunfante, tus aportaciones al progreso,
requiriendo tu rostro amaestrado por el esfuerzo de parecerse a alguien
que acaso fuiste t� mismo
o ese peque�o dios, levemente mani�tico,
que se orina en alguna parte cuando t� te contemplas en el espejo.

Miras por la ventana
y esperas...
La noche enrojecida asciende por encima de los edificios traspasando su propio resplandor rojizo,
dejando atr�s las calles y las ventanas todav�a encendidas,
dejando atr�s los rostros de las muchachas que te gustaron,
dejando atr�s la m�sica de un radio encendido en alg�n sitio y lo que sent�as cuando escuchabas la m�sica de un radio encendido en alg�n sitio.

Sigue la noche subiendo la noche,
y en cada uno de los pelda�os que va pisando, una nueva criatura de la oscuridad rompe su cascar�n de un picotazo,
y en sus alas que nada retienen, el vuelo balbucea los restos del pelda�o o cascar�n diluido ya en aire;
y mientras tanto t� no llegas a�n para salvarte y salvar a esa mujer
que seg�n dices
debe ser salvada.

�En qu� sitio, en qu� jadeo
el sue�o recorre el apetito reconcentrado de los dormidos?
�Qu� ola es �sa, que al golpear contra el casco
hace que el marinero de guardia ponga atenci�n por un momento, para decirse despu�s que no era nada
y torne a pasearse por el cuarto, mirando de vez en cuando por la ventana las luces dispersas de la calle?
�Qu� ir y venir est� gastando el cuerpo de su andanza
contra el casco manchado, cubierto de par�sitos marinos?

...porque de pronto has dejado de pasearte por la habitaci�n.
�Acaso escuchas realmente ese ruido? �Ese ruido viene del pasillo o viene de tu deseo?
(Cierta especie de ruido que tropieza con cierta especie de silencio dentro de ti,
como alguien que se topa con una silla al caminar a oscuras...)

�Tal vez ya prendieron el reflector para pedirte auxilio!
�Tal vez fue esa mujer quien lo encendi�!

Pero no, todav�a no,
nadie camina por el pasillo hacia tu puerta, nadie tropieza con una silla dentro de ti,
y all� est�n doblados tu traje de h�roe y tus sentimientos de h�roe,
listos para cuando entres en acci�n.
�Pero por qu� no han encendido ese gran reflector?
�Es s�lo el ascenso de la noche lo que deja sus cascarones rotos en el aire?
�Qu� criatura de la oscuridad picotea para que el aire tome forma de cascar�n roto, de pelda�o dejado atr�s?
�Qu� es aquello que detiene de s�bito tus paseos por la habitaci�n mientras te dices 'Acaso deba esperar otro rato'?

Y vuelves a asomarte por la ventana.
�Es el zumbido de un jet que cruza el cielo ray�ndolo fugazmente con sus peque�as luces de navegaci�n?
Y algo dentro de ti que t� crees que es la noche all� afuera,
cruje pisando cascarones rotos, pelda�os donde el cuerpo de su andanza deja un hilo fin�simo de baba o soliloquio,
mientras retorna el fantasma de una mujer bandeado por la oscuridad
donde el mar se encaverna despu�s del zarpazo,
y ese fantasma, que es la otra cara de la espuma, repite contra el casco del barco el golpe del sue�o
salpicando al silencio desde lejos.

Y vuelves a asomarte por la ventana.
�Es el zumbido de un jet que cruza el cielo?
�Qu� es ese ruido que te hace mirar tu traje y tu antifaz,
y asomarte despu�s por la ventana?

Ir y venir alrededor de una silla,
enrevesado viaje alrededor de una silla, guardando el equilibrio dif�cilmente
al caminar y girar sobre un hilo fin�simo de saliva.

Ir y venir, habladur�a alrededor de una silla donde est� un extra�o traje doblado,
ir y venir alrededor de un viejo y descompuesto autom�vil que estorba el tr�fico en la carretera,
gestos entrecruzados, habladur�a de ventanas y escaleras
labrando la estatua cuyo sentido griego vacila y se viene abajo en el trayecto entre una ventana y un reflector que no se ha encendido,
mientras los cascarones rotos de la oscuridad crujen y se disuelven bajo el brusco aleteo con que la oscuridad va impulsando la noche.

Y otra vez te paseas,
�quieres desovillar el hilo de saliva, el hilo de palabras sobre el que te balanceas en precario equilibrio?
�En qu� juego de tus frases, en qu� humillante silencio has puesto el o�do?
Y otra vez te paseas y otra vez te vuelves hacia la ventana,
pero ese resplandor� pero ese resplandor que descubres de pronto,
es el amanecer,
palid�simo gesto de esa luz entre los edificios, donde el silencio enhebra las pisadas lejanas de todo lo nocturno.

�Y ahora,
qu� es lo que sientes que se aleja,
como alguien corriendo descalzo por la playa, entre la niebla que la luz va a ocupar?
�Y en esa claridad en aumento, acaso puede todav�a distinguirse
la se�al de un reflector encendido?

Paseos alrededor de una silla donde est� un extra�o traje doblado,
mon�logo alrededor de una silla donde est� un simulacro en forma de traje doblado,
mientras el amanecer se deja llevar por su propia marea ascendente, y por el ruido de las barredoras mec�nicas y de los primeros camiones urbanos
que aparecen por las calles desiertas.

 

 

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