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11:35 p.m. - 2007-10-16 Mi abuelita era una ni�a. En ese entonces todav�a no era mi abuelita. Cuando era peque�a, viv�a lejos de su padre. Su padre viv�a lejos de la madre de la ni�a. Mi abuelita. Muchas veces, cuando su padre pasaba por la calle caminando, sus t�as le dec�an: -Mira ni�a, ese es tu padre. Ella ten�a tres, cuatro, siete u ocho a�os. Cuando su padre caminaba por la calle y sus t�as lo advert�an, mi abuelita ten�a miedo. Pero esa ni�a no vivi� siempre en aquella ciudad del sur. Su madre un d�a decidi� mudarse a Guadalajara. Entonces, pasaron los d�as llenos de evangelios, repiques, miel y nietos. La ni�a se asom� olor a iglesia. Un d�a mi abuela decidi� volver a su primera ciudad, la de los ni�os pesqueros de monedas escurridizas, con aeroplanos que recogen ni�os para llevarlos al cielo, nunca te subas con esa gente que no habla cristiano, o que regalan comida fastuosa en los barcotes de lujo, quiz� por eso es cocinera. Al ver a su hija, supo que traer�a hasta tataranietos tr�s de ella. Cu�nta familia. Cu�ntos a�os esperando al padre que hab�a de llevar a la novia. Mi abuelia entonces adopt� una costumbre sin inocencia ni trama, ser�a ella una Reina Maga, que llevar�a regalos a su padre cada a�o. Pero un a�o volvi� y no encontr� ya el santuario de sus viajes. Aquel hombre al cual renegaba de querer, aquel que no se hiciera cargo de una cr�a hab�a desaparecido como quien camina y da vuelta en la esquina. Reson� pues desde la otra calle, el fantasma que espanta a mil y una familias mexicanas, "en vida hermano, en vida". Una de las hermanas de mi abuelita, manita, le dijo que su tambi�n padre (con el que s� vivi� todos los d�as), dec�a que: -Llevo muy presente a mi hija Reinita. Me acuerdo mucho de ella. En esos momentos hermanos y hermanas, la tristeza y la dulzura se hacen trilce. Pero lo dulce le gana a lo triste escribi� ya un poeta. Entonces, as� fue como yo vi por primera vez llorar sin miedo ya, a la ni�a, mi abuela.
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