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11:15 a.m. - 2003-11-27
\"Yo siempre tengo raz�n\"
"Quien no opina como yo est� equivocado". �ste es el convencimiento secreto de todas las personas que discuten. Y es l�gico que as� suceda, porque tener una opini�n significa creer que se tiene una opini�n acertada; de donde resulta que quienes no tengan la misma opini�n tendr�n forzosamente una opini�n err�nea.

El que las propias opiniones sean siempre acertadas se basa en un hecho ya se�alado en un peque�o librito de cincuenta p�ginas escrito por el se�or Descartes. Comienza diciendo, ese librito, que la inteligencia es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno est� conforme con la que tiene. Es decir: con la mucha que tiene; a lo cual puede, agregarse que cada uno esta conforme, tambi�n, con la poca que tienen los dem�s. Gracias a la mucha inteligencia que uno tiene y a la poca que tienen los dem�s, resulta que quien siempre est� en lo cierto es uno mismo, y quienes siempre se equivocan son los dem�s.

Como opinar es tener raz�n, lo terrible es que a uno no lo dejen opinar y le griten: "�Usted se calla!". As� los padres le amargan a uno la adolescencia, y de la misma manera se la amargan los profesores de matem�ticas pues en matem�ticas resulta que tampoco lo dejan a uno opinar, que es no dejarlo tener raz�n. Y lo mismo sucede en la comunidad, cuando uno les grita a todos: "�Ustedes se callan!", despu�s de lo cual ese uno puede, justamente, decir: "�Yo siempre tengo raz�n!"

En el famoso librito del se�or Descartes se aconseja no discutir y conformarse con la generosa dosis de inteligencia que Dios le ha dado a cada uno, sin regocijarse por la poca que le ha dado a los dem�s. Pero ser�a falso sostener, sin embargo, que las discusiones son in�tiles, porque de ellas no surge ninguna verdad. Surge, por lo menos, la reafirmaci�n de dos verdades: precisamente las que se refieren a la mucha inteligencia de uno mismo y a la poca ajena. (Con la ventaja de que de esas dos verdades se convencen las dos personas que discuten). Como, en definitiva, toda discusi�n tiende a reafirmar ese convencimiento, no conviene invocar razones que compliquen una cosa tan sencilla. Las razones se invocan para demostrar la propia inteligencia, pues tener raz�n en algo es ser inteligente en la apreciaci�n de ese algo. De ah� que cada uno se resista a aceptar las razones ajenas, y de ah�, tambi�n, que cada uno diga que el otro no quiere entender razones. El que discute no acepta razones, y hace bien, porque aceptar razones es reconocer que quien est� equivocado es uno mismo y no el otro. Y para llegar a eso no val�a la pena discutir. Lo mejor, pues, cuando alguien desconocedor de la t�cnica de la discusi�n, invoca razones, es recurrir al argumento cl�sico y definitivo y decirle: "�A m� no me va a convencer con razones!" (De otra manera, m�s popular, pero menos sabia: "�Usted me quiere trabajar de palabra?").

Un procedimiento eficaz para evitar que la discusi�n se complique con razones es emitir la propia opini�n lo m�s oscuramente posible. Es el consejo que hace veintitantos siglos daba el se�or Arist�teles, que de estas cosas entend�a una barbaridad: "Es necesario presentar oscuramente la cosa, pues as� lo interesante de la discusi�n queda en la oscuridad". Si el otro no entiende, tendr� que confesarlo, y confesar que no se entiende algo es confesar que la inteligencia no le da para tanto. (Con este procedimiento se evita, adem�s, que aprendan gratis los curiosos atra�dos por la discusi�n).

Lo molesto, en una discusi�n, es que cuando uno est� exponiendo sesudamente sus opiniones, el otro lo interrumpa para preguntarle: "Me permite, ahora, hablar a m�?" O sea: �Me permite opinar? Pero, �c�mo se lo va a dejar al otro que opine? �C�mo se lo va a dejar que, opinando, se forme el prejuicio de que tiene raz�n? A veces, el otro, pas�ndose de vivo, lo interrumpe a uno para decirle: "�Yo no opino lo mismo!" Y con eso cree tener raz�n, sin darse cuenta de que precisamente porque no opina lo mismo est� equivocado. De ah� que, para abreviar la discusi�n y demostrarle r�pidamente al otro que est� equivocado, conviene preguntarle: "�Usted no opina lo mismo? Si contesta que s�, reconocer� que quien tiene raz�n es uno; y si contesta que no, estar� perdido, pues habr� confesado que quien no tiene raz�n es �l. Por eso, quienes saben qu� est� en juego en una discusi�n, si se les pregunta: "�Usted no opina lo mismo?", contestan evasivos: "Mire, yo francamente... ". El "francamente" es para despistar. Los que as� contestan son los que no tienen inter�s en ponerse de acuerdo con nadie. Y, si se mira bien, se ver� que en las discusiones nadie puede tener inter�s de ponerse de acuerdo con nadie. Si despu�s de discutir dos horas es necesario admitir que se estaba de acuerdo, se produce una doble decepci�n, porque cada uno se ve obligado a estar conforme con la mucha inteligencia que al otro le ha tocado en suerte, que es una manera de no estar conforme con la poca inteligencia que le ha tocado a uno. Y para llegar a eso, tampoco val�a la pena discutir.

Como se ve, una buena discusi�n es toda una t�cnica de higiene mental; en las discusiones conviene que hable uno s�lo y que el otro sea quien confiese que no opina lo mismo. En rigor, cuando se discute no interesa decir qu� opina uno mismo ni averiguar qu� opina el otro. Lo que interesa es decirle, al otro, que est� equivocado, como se asegura que hac�a Unamuno. Unamuno entraba en una reuni�n y preguntaba: "�De qu� se trata? �Porque yo me opongo!" Y les demostraba enseguida, sin dejarlos chistar, que todos estaban equivocados. Y si a alguien se le preguntaba despu�s: "�Qu� dijo Unamuno?", ese alguien contestaba: "�No s�!" �Pero ten�a toda la raz�n del mundo!"

Y ahora alg�n lector podr� sostener que no, que todo esto es falso, que la t�cnica de la discusi�n no es �sa. Pero ese lector, por el simple hecho de confesar que no opina como nosotros, reconoce, sin quererlo, que est� equivocado.

[Publicado originalmente en El Mundo (peri�dico) 17-X-1939. Edici�n de Ricardo Laudato]

� Jos� Luis G�mez-Mart�nez

Nota: Esta versi�n electr�nica se provee �nicamente con fines educativos. Cualquier reproducci�n destinada a otros fines, deber� obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

 

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