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1:26 p.m. - 2003-08-28
El poder de una idea
Por Miguel �ngel Gonz�lez Quiroga

El a�o 1996 marc� el 150� aniversario del comienzo de la guerra entre Estados Unidos y M�xico. Este es un momento apropiado para recordar un evento que tuvo profundas consecuencias para ambos pa�ses, pero que ha pasado al olvido en su mayor parte.

Se dice que las guerras por lo general comienzan muchos a�os antes de dispararse el primer tiro. Creo que es cierto, especialmente en el caso de esta guerra. �Pero hasta d�nde retrocedemos? �Diez a�os, hasta el momento de la separaci�n de Texas? �Veinticinco a�os, durante la fundaci�n del Estado mexicano? Yo puedo estar de acuerdo con aqu�llos que mantienen que la suerte estuvo echada cuando naci� Estados Unidos como naci�n y comenz� su lenta e inexorable expansi�n hacia el oeste.

El movimiento occidental es uno entre muchos factores atribuidos a esta guerra. Ya los hemos escuchado todos: los intereses de los esclavos del sur, los intereses comerciales del noreste, el hambre de tierras del oeste, el Destino Manifiesto, los "Warhawks", James K. Polk, y los que culpan a M�xico: sus divisiones internas, su inhabilidad para colonizar y gobernar las tierras septentrionales, su militarismo desenfrenado, su arrogancia ilimitada.

La expansi�n estadounidense, o su crecimiento (para usar un t�rmino menos agresivo), fue en mi opini�n la causa principal de este gran conflicto. De no haber existido, la guerra resultar�a simplemente incomprensible. Casi podemos decir que la expansi�n fue un hecho brutal irreductible.

Dentro del concepto general de la expansi�n se encuentra la doctrina del Destino Manifiesto, algo que tiene una fascinaci�n inmensa para muchos de nosotros en M�xico. Sin pretensiones de a�adir algo nuevo a lo que se ha dicho ya desde hace mucho, quiero incluir unas pocas palabras sobre este concepto del Destino Manifiesto.

Es peligroso subestimar el poder de una idea, en especial el de aqu�lla que captura la imaginaci�n de un pueblo. El Destino Manifiesto fue una de tales ideas. Extender la democracia estadounidense al resto del continente, significaba cubrir con un manto de legitimidad lo que esencialmente era una insaciable ambici�n de tierras. Algunas personas han sostenido que se trat� de una villan�a vestida con la armadura de una causa justa, para usar una expresi�n de Lippman. Es dif�cil argumentar en contra de la democracia y de su extensi�n hasta los rincones m�s rec�nditos del continente, aunque muchos historiadores han se�alado que, cuando menos en este caso, la extensi�n de la libertad tambi�n signific� la extensi�n de la esclavitud.

La afirmaci�n de la superioridad de la raza estadounidense y la denigraci�n concomitante de M�xico es otro elemento del Destino Manifiesto. Walt Whitman fue quien dijo: "�Qu� tiene que ver este M�xico miserable e ineficiente -- con su superstici�n, su parodia de la libertad, su tiran�a real de los pocos sobre los muchos --, qu� tiene que ver con la gran misi�n de poblar el nuevo mundo con una raza noble? �Que sea lo nuestro lograr esa misi�n!"

Quienes admiramos a Whitman como el m�s grande poeta estadounidense, no podemos sentir menos que desilusi�n ante su postura respecto a la guerra. �Es �ste el mismo poeta que glorific� la igualdad y el respeto por los dem�s cuando dijo: "Porque cada �tomo que me pertenece es como si te perteneciera a ti"? �O el mismo que escribi�: "El que degrada a otro, me degrada a m�, y sea lo que fuere que se haga o diga, vuelve de nuevo a m�"?

�C�mo podemos reconciliar esta contradicci�n? Al poeta del cuerpo y del alma lo describi� �l mismo cuando apunt�: "Soy vasto, contengo multitudes".

Es un ejercicio doloroso verse en el espejo de nuestro pasado y descubrir que se nos encuentra deficientes. Nos da que pensar el leer que nos derrotaron porque �ramos un pueblo atrasado y en deterioro. No puedo concebir que Mariano Otero y Carlos Mar�a Bustamante fueran el producto de una raza deteriorada. Pero nosotros aqu� en M�xico no podemos hacer caso omiso, ni lo hacemos, de las debilidades y del subdesarrollo que era nuestra condici�n en el siglo XIX. Como tampoco hacemos caso omiso del subdesarrollo que tambi�n fue producto de fuerzas hist�ricas complejas y de larga duraci�n.

El Destino Manifiesto fue una manera atractiva de justificar algo injustificable. No escap� a nuestra atenci�n que Ulysses S. Grant, uno de los militares de mayor prominencia en Estados Unidos, adem�s de part�cipe en la guerra, escribiera en sus memorias: "No creo que jam�s haya habido una guerra m�s malvada que aqu�lla que Estados Unidos tuvo contra M�xico. Fue lo que pens� entonces, cuando era joven, s�lo que no tuve suficiente fortaleza moral como para presentar mi renuncia".

Pero como historiador no quiero juzgar ni censurar. Perm�tame expresar mis propias opiniones sobre el asunto: la expansi�n fue un proceso hist�rico que, como un viento del este, barri� todo lo que tuvo en frente. Ni M�xico ni ninguna fuerza en este continente, ni en ning�n otro continente, hubiera podido prevenirla. No se trata de una buena demograf�a. La inmigraci�n europea condujo a un crecimiento explosivo de la poblaci�n en Estados Unidos, y esto inevitablemente condujo a la expansi�n. Y la expansi�n condujo a la guerra.

 

 

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